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La izquierda europea ha muerto, larga vida a Podemos

Por Víctor Hugo Pérez Gallo


En el ámbito político europeo se destaca Podemos, un partido cuyo programa escapa a las clasificaciones más comunes, pero que ha mostrado exactamente lo que desea un grupo heterogéneo de españoles: el acceso a los servicios que dignifiquen sus vidas. Su líder, Pablo Iglesias, es un joven profesor universitario bien conocido en los medios de comunicación que defiende la reforma de la Constitución. Muestra una forma joven de hacer política, más allá de la dicotomía izquierda-derecha, propugnando reformas en los ámbitos social, económico y político.

Para nadie es un secreto que con el derrumbe de la Unión Soviética y la desarticulación del campo socialista los movimientos de izquierda sufrieron un declive. Perdieron la guía, el modelo, y muchos, su principal fuente de financiamiento. Este no es el lugar para hacer un análisis profundo del tema ni para proseguir la perpetua discusión de si era o no socialismo real lo que había en la Unión Soviética o presentar las causas de su caída, pero es evidente que esta situación llevó a que muchos de estos partidos y agrupaciones se reorientaran hacia la socialdemocracia. Sus brazos armados, las guerrillas, se convirtieron a menudo en otros tantos partidos que peleaban por su parte del pastel político. Como diría el cantante Joaquín Sabina, aquellos que ayer gritaban «Yanquis go home» hoy tienen de adorno sobre su buró de negocios un ladrillo del muro de Berlín. Los noventa fueron un período de cambios turbulentos en el que el capitalismo se consideraba la única vía para el desarrollo de las economías, y la sociedad de bienestar, el mejor camino para un capitalismo de cara «humana» en un sistema unipolar donde oscuros filósofos propugnaban el fin de la historia y un sistema social para todos. En ese entonces los movimientos progresistas del mundo entero perdieron el rumbo, y lo peor: la esperanza en el cambio.

Ya no había nada que se interpusiera entre el capitalismo voraz y su apetito de ganancias. Por otra parte, el proceso de pérdida del poder adquisitivo de la clase media europea, la destrucción del Estado de bienestar y el empeoramiento de la calidad de vida que dieron como resultado movimientos como el 15M en España o #spanishrevolution fueron el motor impulsor de fuerzas progresistas que constituyeron la base social de Podemos y que, paradójicamente, significaban la pérdida de legitimidad de la izquierda tradicional y el inicio del derrumbe del sistema bipartidista español.

¿Por qué Podemos surge como fuerza política importante en España y no, por ejemplo, en Suecia? Esto tiene que ver sobre todo con el modelo mediterráneo de Estado de bienestar, aplicado en España, Portugal, Grecia, Italia, que tiene características diferentes respecto a los países nórdicos (sobre todo en lo que respecta a los bajos gastos de asistencia social, a las pensiones y a los subsidios de jubilación anticipada), y precisamente por dichas características es por lo que la crisis económica ha afectado más la calidad de vida, aumentando el umbral de la pobreza y motivando protestas como las del 15M, lideradas mayormente por estudiantes, trabajadores y profesores universitarios.

El 15M estuvo compuesto por grupos heterogéneos que rechazaban la pérdida de los derechos conquistados tan duramente por sus padres y abuelos durante décadas. Algunos se reunieron en las plazas de diversas ciudades españolas clamando por el fin de una clase política que no defendía los intereses de los ciudadanos, sino los económicos de una élite que muchas veces no era ni siquiera nacional (como el caso de Repsol, empresa «española» cuyos mayores accionistas son de otros países); una clase política muy relacionada con la corrupción y el clientelismo de los principales partidos, PP y PSOE. Pedían una reformulación de los derechos básicos: salud, vivienda, educación, alimentación, y solicitaban una serie de reformas para mejorar el sistema democrático que conllevarían una democratización de la sociedad española en general y la disminución de la brecha entre pobres y ricos.

La pujanza de este movimiento, contradictoriamente, conllevó un debilitamiento de Izquierda Unida, que hasta el momento se suponía que defendía los intereses de los más humildes. Esta organización ha perdido legitimidad ante sus votantes y sus propios militantes, ya que no ha sido capaz de capitalizar la situación de descontento e impulsar un programa político que fuera más allá de las viejas consignas de izquierda, la lucha de clases y las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Tampoco ha podido beneficiarse del descontento popular para superar su proceso de estancamiento. Como diría Lenin, no se apropió de la «situación revolucionaria». Un análisis más profundo de la estructura de su organización nos muestra que no podía hacerlo porque estaba fuera de sus límites programáticos, ceñidos a la legalidad de las estructuras políticas de la sociedad española. Esto ha conllevado una pérdida, en términos de Bourdieu, de capital social y político para Izquierda Unida, razón por la cual sigue gravitando alrededor del Estado y de su aparato político, usando sus mecanismos electorales y de promoción, corrompidos desde la base.

Todas estas debilidades han fortalecido a Podemos y a su líder Pablo Iglesias Turrión, un profesor universitario inteligente y carismático que ha sabido articular alrededor de su organización a personas que nunca habrían votado por un partido de izquierda. Este profesor universitario, hoy eurodiputado, desciende de la licenciada María Luisa Turrión, antigua abogada del sindicato Comisiones Obreras, sindicato que en su origen estuvo vinculado al Partido Comunista Español, y de Francisco Javier Iglesias Peláez, un profesor de historia retirado. Vivió su niñez en Soria y en su juventud formó parte de las Juventudes Comunistas Españolas. Tras estudiar Derecho en la Universidad Complutense de Madrid se dedicó a su verdadera afición: las ciencias políticas. Durante esos años escribió varias monografías sobre los movimientos de resistencia anticapitalistas y antiglobalización, y participó en el popular programa televisivo La Tuerka. Durante las elecciones del 2011 fungió como asesor del partido Izquierda Unida, donde evaluó sus debilidades y su falta de proyección hacia algunos segmentos de la población. Luego, participó activamente en varios programas de televisión, alcanzado una inmensa visibilidad mediática por sus ideas progresistas y su discurso. El 15M le dio el escenario para la creación en enero del 2014 del movimiento ciudadano Podemos, que evolucionó en marzo a partido político, logrando cinco escaños en el Parlamento Europeo. El origen del nombre está inspirado en el «Yes we can» del presidente estadounidense Barack Obama.

Podemos ha sabido llenar un vacío en el imaginario colectivo de muchísimos españoles que están cansados de que los bancos ejecuten las hipotecas dejándolos sin casa y de que las empresas ganen los juicios de despido de trabajadores. Aunque, evidentemente, su programa se asienta en teorías como las de Ernesto Laclau, Slavoj Žižek y las feministas de Chantal Mouffe, no se puede considerar populista –un término polisémico y por tanto discutible– al estilo de determinados gobiernos latinoamericanos.

Podemos ha logrado representar el discurso de un grupo homogéneo de españoles y ha sido capaz de unificar los criterios de obreros, estudiantes y pequeños propietarios –cuya convergencia radica en los intereses comunes relacionados con su calidad de vida–, demostrando que es posible una alianza de este tipo y desbordando el antiguo esquema de lucha de clases enarbolado por la izquierda clásica y que hoy se halla desfasado. Bajo este nuevo modelo este partido puede apostar, y de hecho lo está haciendo, a desarmar el marco bipartidista español y, de paso, a aislar a la gran burguesía, que con sus capitales y sus reyes y marqueses está haciendo el agosto en medio de pérdidas de derechos fundamentales por parte de la mayoría de la población española.

Resulta curioso que el núcleo fuerte de esta organización esté integrado por politólogos y profesores universitarios, intelectuales orgánicos que han criticado profundamente los injustos manejos que hace el Gobierno, e incluso algunos de ellos han militado en la Izquierda Anticapitalista o en Izquierda Unida. Muchos han declarado públicamente que el conocimiento de los procesos políticos que se desarrollaban en Latinoamérica, en países como Bolivia, Ecuador y Venezuela, les llevó a teorizar que era posible que una fuerza social fortalecida y unida fuera capaz de ganar en elecciones limpias y democráticas a partidos rancios y entronizados. Las ideas de Podemos tienen ciertas similitudes con las que ha llevado a cabo Correa en Ecuador. Este, en su tesis doctoral «Tres ensayos acerca del desarrollo contemporáneo latinoamericano», defiende un keynesianismo a la latinoamericana. Los integrantes de Podemos han aprovechado muy bien las lecciones de estos procesos y han sabido usar sus fortalezas, adecuándolas al contexto europeo y convirtiéndose en poco tiempo en un patrón a seguir.

Su programa político no desea una revolución social, pero sí mejoría para la mayoría, una especie de New Deal a la española, basado en nuevas políticas redistributivas de la riqueza que minimicen el umbral de la pobreza. Su principal fuerza es su discurso y su contenido, un alegato que parece tener oyentes en cada estrato de la población y que apoyan con fervor los mismos que le dieron un voto de castigo a Izquierda Unida en las últimas votaciones. El capital simbólico del 15M quiso ser canalizado por varias organizaciones políticas, e, incluso, curiosamente, por algunas de centroderecha (no debemos ignorar que, aunque se habla de un «Podemos populista», también existen partidos de derecha que campean por sus respetos bajo esa denominación), pero a ciencia cierta solo Podemos lo pudo hacer, en parte usando la conciencia creada en sus participantes sobre la necesidad de un partido político que llevara sus aspiraciones a la verdadera área de poder: la política institucionalizada. Esta acción era evidente debido a la necesidad de conformar un partido político que cerrara un período, el ciclo de la necesaria transición de movimiento ciudadano a partido político, para de esa forma acceder a cargos públicos electivos y poner en práctica su programa mediante el ejercicio del poder político en el contexto de una legislatura.

El espacio ganado por Iglesias y sus compañeros se vio fortalecido por varios escándalos de corrupción y clientelismo de los miembros del sistema partidista español; inteligentemente, no se han categorizado como un «partido de izquierda», pues eso les supondría perder parte de sus seguidores, que, si bien se han visto afectados por la crisis, temen a los viejos fantasmas del comunismo, izquierdismo o chavismo, lo que no quiere decir que las acciones de sus miembros no tiendan a ser de izquierda y que anhelen un cambio desde dentro del sistema con el objetivo de gobernar e implantar las reformas desde el poder. Salvando las diferencias temporales y contextuales, se puede trazar un paralelo entre los objetivos de Podemos y el conglomerado de agrupaciones de izquierda y centroizquierda que llevó a Salvador Allende al poder en Chile en 1970.

Podemos ha usado métodos heterodoxos de publicidad, como la implementación de un sistema de información, debate y retroalimentación en los colectivos comunitarios, así como la publicación de su programa político y sus acciones en webs alternativas. Una fortaleza mediática es el uso del storytelling (códigos y mensajes relacionados con la vida cotidiana de sus futuros votantes), recurso que recuerda la mayéutica socrática y que evidentemente ha dado buenos frutos. Esto, unido a la imagen juvenil de Pablo Iglesias, su ropa informal y su pelo largo, es todo un golpe propagandístico, un terremoto que sacude el piso de los partidos tradicionales de izquierda y de derecha. Este aspecto es sumamente importante (una imagen dice más que mil palabras) cuando se compara con las vestimentas atildadas y los modales pausados de sus oponentes en el área política. Este es el mensaje que trasmite Podemos: estamos más cerca de ustedes, nosotros también somos el pueblo, accederemos al poder y trataremos de mejorar su vida. Iglesias se ha posicionado en la política española de forma tan acelerada que no ha dejado tiempo de reacción a dichos partidos, que ya lo atacan de la forma más tradicional y baja: ofendiendo a su pareja e intentado hacer comparaciones ominosas entre su liderazgo y el de los «populismos latinoamericanos». Estas críticas, en lugar de debilitarlo, han contribuido a aumentar la cantidad de personas que lo siguen. Las revistas satíricas españolas ilustran a Iglesias con una sonrisa socarrona diciendo: «Ladran Sancho, entonces cabalgamos».

Y es que Iglesias y su grupo directivo tienen muy claro lo que quieren: tomar el poder, y para que ello sea posible evitan por todos los medios meterse en la vieja dicotomía de izquierda o derecha. Para ellos lo necesario es una unidad de grupos heterogéneos pero con motivaciones comunes y con objetivos grupales cuyo resultado sea la trasformación de la sociedad. Lo importante no son las posturas ideológicas sino la unión de todos en busca de un fin común. Y les está dando resultado. Iglesias y su partido ganaron cinco escaños en las elecciones del Parlamento Europeo y fueron la tercera fuerza más votada en toda España.

Ahora bien, para Podemos no todo es color de rosa: no es lo mismo dirigir movilizaciones prácticamente informales que llevar a cabo una intensa campaña con vistas a los próximos comicios. Por otro lado, los partidos tradicionales tienen una burocracia y una maquinaria mucho más sofisticada que la de Podemos, que no cuenta con burócratas experimentados en los asuntos de gobierno, e incluso en el caso de que gane, tendrá el marco legal de una Constitución que no le dejará mucho espacio de maniobra para llevar a cabo su programa político. Además, deberá lidiar con una crisis de la que el país no acaba de salir. Digamos que toma el poder, ¿y si no cumple con lo planteado? ¿Será un nuevo golpe para las fuerzas progresistas de Europa?

Habrá que ver qué ocurre; de momento es un partido que se empodera por días y cuya prioridad son las elecciones del 2015, donde tiene un inmenso desafío: las municipalidades y las autonomías. Debemos recordar que en Cataluña fue donde menos se votó por ellos, aunque en la ciudad de Barcelona obtuvieron un 5%. No obstante, los sondeos de opinión los colocan como una de las organizaciones favoritas para las próximas elecciones.

Parafraseando a Marx, un fantasma recorre Europa y es el fantasma de Podemos. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: los partidos españoles de izquierda y de derecha, la nobleza, los radicales franceses y los socialdemócratas alemanes. Podemos ya está reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa. Y, además, el efecto dómino ya ha comenzado: Syriza ha ganado las elecciones en Grecia, y otros partidos con las mismas características de Podemos se fortalecen en otros países europeos. Ahora es posible decir que la izquierda clásica ha muerto, larga vida a Podemos.

Victor Hugo Pérez Gallo es un escritor cubano. Doctor en Sociología por la Universidad de Oriente y catedrático de Sociología de la Cultura. También trabaja temas relacionados con el poder, el género y el conocimiento. Ha publicado varios libros y monografías en Cuba, España, Francia e Italia entre los que se encuentran Algunas contradicciones epistemológicas de los estudios de las masculinidades en Cuba, La etnometodología aplicada a los estudios de género y Los endemoniados de Yaguaramas.

 

 
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