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Octavio Paz o los diálogos con la poesía: Su legado a cien años de su nacimiento

Por Basilio Belliard

Se cumple este año el centenario del nacimiento de Octavio Paz, uno de los poetas mayores del siglo pasado. Aprovechando la efeméride se hace un repaso de sus libros de poesía más importantes y se evalúa su aporte, detallándose su influencia, su interés por el conocimiento, sus búsquedas en la estética surrealista, en la poesía oriental y la dicotomía que estableció entre su poesía y sus ensayos. Pero sobre todo se estimula la lectura de Paz, ya que al hacerlo asistimos a una fiesta del intelecto, y al igual que las aguas de un río de corrientes subterráneas, su poesía y su prosa nos refrescan el espíritu.

La poesía ocupó el centro de las preocupaciones estéticas de Octavio Paz y fue el punto de partida en su salto al ensayo. Su obra poética tiene, pues, fuentes diversas, que se nutrieron y transformaron a partir de sus experiencias de lectura, viajes y búsquedas estéticas. Desde la soledad creadora hasta la comunión con la otredad, Paz merodeó desde una poesía con influencias de la poesía popular española –en la vertiente de Rafael Alberti–, pasando por otra de cariz amatorio al estilo de Neruda, en su primera etapa, como se percibe en su libro Raíz del hombre, de 1937, hasta llegar a una más reflexiva –en la faceta de Antonio Machado y Jorge Guillén–. Así pues, la poesía será la clave del eje que motorizó su posterior obra ensayística. Si bien para Aristóteles, «la poesía es más verdadera que la historia», Paz no fue fiel a ese dictado, pues el poeta mexicano exploró en la historia para entender su lugar en el mundo y adquirió una gran cultura historiográfica desde su infancia y adolescencia. Sus primeros mentores en México fueron el filósofo Samuel Ramos y los poetas del grupo Los Contemporáneos: José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer y Jorge Cuesta, quienes calificaron su poesía de «intimista».

La impronta de la poesía amorosa y erótica lo acompañaría siempre, como parte del cauce expresivo de su obra poética total, cuya fuente inicial sería la fascinación que ejercería la riqueza cultural del México prehispánico. Esa pasión por el México antiguo le creó el deseo de convertirse en arqueólogo, hasta el punto de que escribió ensayos esenciales sobre el arte, la cultura y la mitología de los aztecas, que incluso fueron de interés para los especialistas en esos temas.

Si bien el contacto de Paz con los poetas mexicanos fue importante, sus viajes a Valencia (España), al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, en 1937, y antes a París, serían decisivos, pues allí conocería a escritores como Pablo Neruda, Louis Aragón, César Vallejo, André Malraux, Jorge Guillén, Julien Benda, Tristan Tzara, Vicente Huidobro, Miguel Hernández, Luis Cernuda, entre otros, y trabaría amistad con los jóvenes que publicaban la revista Hora de España. La experiencia de este primer viaje a Europa marcaría su trayectoria intelectual, ya que además se puso en contacto con el arte clásico y de vanguardia, visitando los más importantes museos de Madrid y París. Otra experiencia que sería vital para Paz sería su viaje a Nueva York, San Francisco y California, en 1943, y antes, durante su niñez, la breve estadía en Los Ángeles, que aprovecharía para visitar asiduamente museos y estudiar en sus lenguas originarias las obras de poetas norteamericanos e ingleses como Ezra Pound, Wallace Stevens, Robert Frost (a quien entrevistaría), Walt Whitman, W. B. Yeats, William Blake, William Carlos Williams, E. E. Cumming y T. S. Eliot, poeta este que lo marcaría en el giro que le imprimió a su poesía con la inserción de lo coloquial. Esos viajes iniciales serían, pues, el laboratorio de su escritura y el taller de sus composiciones literarias posteriores. Luego, su vida diplomática en París, Estados Unidos y la India también sería una experiencia revitalizadora y crucial en sus lecturas, en su producción literaria y en la proyección universal de su obra. En especial sus andanzas por París constituyeron un estímulo medular, pues allí conocería a escritores y filósofos como Henri Michaux, E. M. Cioran, Roger Caillois, André Bretón y demás poetas surrealistas, amistades que serían vitales en su escritura poética, esencialmente en sus ensayos de crítica de arte y teoría literaria. Para Paz, beber de la fuente del surrealismo fue una experiencia enriquecedora, que transformó y revitalizó su poesía; vio a esta escuela no solo como una estética sino como una visión del mundo y del arte, una sublevación de la escritura, una transformación de su sensibilidad y una libertad creadora, que lo condujeron a explorar en el territorio de la ensoñación, el erotismo, la moral y la política. La deuda de Paz con Bretón es, pues, inmensa, hasta el punto de que dijo: «En muchas ocasiones escribo como si sostuviese un diálogo silencioso con Bretón». La poética surrealista habría de signar, desde luego, su imaginación y constituir la piedra de toque de la técnica del simultaneísmo, procedimiento en que Paz presenta a la vez dos imágenes paralelas que ponen en crisis el tiempo del poema, como se observa en estos versos:

Este instante soy yo. Salí de pronto de mí mismo,
No tengo nombre ni rostro,
Yo estoy aquí, echado a mis pies, mirándome
Mirándose mirarme mirado.

Este recurso poético, inventado por los franceses –en especial por Guillaume Apollinaire, por Blais Cendras y por los surrealistas–, luego asimilado por Pound y Eliot, fue aprovechado con gran rentabilidad estética y técnica por Paz, en gran parte de sus poemas, como es el caso del titulado Aquí:

Mis pasos en esta calle
Resuenan
En otra calle
Donde
Oigo mis pasos
Pasar en esta calle
Donde
Solo es real la niebla.

Otro procedimiento poético usado por Paz fue el del doble, tan caro a Pessoa, Valery Larbaud y Machado, y que también fue propio de la estética de los surrealistas. La exploración en la dualidad de la conciencia humana y su expresión en el otro yo poético constituye un recurso de gran rentabilidad expresiva. De esa técnica se deriva en Paz el tema de la otredad, que tiene sus antecedentes reflexivos en El laberinto de la soledad, en donde el yo poético trasfigura al yo biográfico. «La poesía no dice: yo soy tú; dice: mi yo eres tú. La imagen poética es la otredad», sentencia Paz. La figura del doble en él participa como correlato de sus angustias y ansiedades existenciales. Su obra es, en cierto modo, un permanente diálogo con el otro, una conversación con su yo interior. Su doble poético encarna la experiencia testimonial de sus dudas vitales y actúa a la vez como un espejo en la búsqueda de su sentido ontológico, tras su alter ego. La pugna entre el yo interior y el yo exterior le confiere a su empresa poética una dialéctica laberíntica que trasfigura su personalidad, en su batalla contra el tiempo real: entre la sombra y la luz, la ausencia y la presencia, la máscara y la identidad. La obsesión con el uso del doble como motivo de creación lo conduce a la búsqueda trascendente de verdades ontológicas y espirituales y a reconciliarse con el tiempo material, como cuando dice:

Vuelvo el rostro: no soy sino la estela
de mí mismo, la ausencia que deserto,
el eco del silencio de mi grito.

O cuando juega con la introspección y la trascendencia, con la mismidad y la otredad, rasgos tan reiterativos en su estrategia poética y en la creación de su mundo verbal:

De una máscara a otra
Hay siempre un yo penúltimo que pide.
Y me hundo en mí mismo y no me toco.

Hay una paradoja con respecto a si el poeta debe despersonalizarse o fijar su identidad personal en su poesía. Si el yo ha de estar cifrado en el poema, o si, por el contrario, debe permanecer excluido del motivo y apelar a la voz de la tradición. Eliot y Pound –tan leídos por Paz– hablaban de la impersonalidad de la poesía y la creación de un mundo poético no desde el yo sino desde su máscara, como una forma de encontrarse consigo mismo. «El poeta no solo nombra lo otro: es lo otro», ha dicho Enrico Mario Santi, su editor y amigo. Su mundo poético es, pues, la recreación o encarnación de un pensamiento poético que heredó del romanticismo, y de ahí que siempre hay un yo que se desdobla en un tú, que es el otro, o como diría él mismo: «Yo es tú» o «yo soy tú», tanto en El arco y la lira como en Piedra de sol, imagen que acaso tomó de la proverbial sentencia de Rimbaud que dice: «Yo es otro», o «Yo soy el otro» , que refleja una despersonalización de la identidad poética o una evasión del yo. Así pues, afirma en una suerte de credo poético: «Para mí la poesía y el pensamiento son un sistema de vasos comunicantes. La fuente de ambos es mi vida: escribo sobre lo vivido y vivo. Vivir es también pensar y, a veces, atravesar esa frontera en la que sentir y pensar se funden: la poesía».

Un rasgo peculiar en la poesía de Paz fue descubierto por Hugo Verani, y es el del poema como caminata, tal y como titula el argentino su espléndido libro. Gran parte de la obra poética de Paz y de su escritura poética giran en torno al arte de caminar, que nutrió su mundo poético. Paz evoca amores, hechos personales, lugares, nombres…, y a la vez, piensa, reflexiona en el mismo proceso de la escritura poética, en una especie de metapoesía. En ese sentido, afirma Paz: «Escribir poemas es caminar, como el equilibrista sobre la cuerda floja, entre la ficción y la realidad, la máscara y el rostro». Tal y como dice su amigo José Emilio Pacheco: «El acto de andar es determinante en la poesía de Octavio Paz». Así pues, escribir deviene en caminar, en viajar, en incesante errancia imaginaria de la contemplación y la meditación, es decir, en un viaje interior por la fantasía, la memoria y la sensibilidad. De ahí que los viajes físicos y también los viajes inmóviles y mentales alimentaran su creación poética. A la manera del flaneur de Baudelaire o Rimbaud, Paz asimiló en su errancia parisina este estilo de escritura que se nutre de la experiencia de caminar. Parece que también se dejó influir por la célebre frase de Nietzsche que reza: «Solo los pensamientos caminados tienen valor». Oigamos a Paz:

«¿Oyes tus pasos en el cuarto vecino?
No aquí ni allá: los oyes
En otro tiempo que es ahora mismo,
Oye los pasos del tiempo
Inventor de lugares sin peso ni sitio».

Y sigue diciendo:

«Cruzas la calle y entras en mi frente,
Pasos de agua sobre mis párpados,
Óyeme como quien oye llover,
El asfalto relumbra, tú cruzas la calle,
Es la niebla errante en la noche,
Es la noche dormida en tu cama,
Es el oleaje de tu respiración».

Como se ve, en Paz la poesía adquiere una impronta itinerante, en su búsqueda de otredad, en su peregrinación por el orbe del sueño y la vigilia, la diurnidad y la nocturnidad, a pesar de que su poesía es más bien diurna, de cielo abierto, en la que predomina siempre la luz solar, la transparencia del instante. Su poemario titulado Vuelta, de 1976, representa el retorno a México, tras su larga peregrinación por Oriente y Europa; es, pues, un texto de poemas extensos, homenajes a poetas, artistas y a la ciudad de México. Con poemas articulados mediante la técnica de los encabalgamientos y los juegos espaciales, este breve libro posee partituras analógicas como esta: «El ojo piensa / El pensamiento ve, / La mirada toca, / Las palabras arden», en evidente apelación a las sinestesias, tan caras a la poética de Paz, y con las que alcanzó aciertos expresivos de espléndida lucidez, donde postula un sistema de analogías y relaciones sensoriales e interferencias de sentidos. En la estructura final del poemario, se pregunta por el morir y cae en el dilema existencial de la muerte y la vida, preguntándose:

¿Morir
Será caer o subir,
Una sensación o una cesación?
Cierro los ojos,
Oigo en mi cráneo
Los pasos de mi sangre,
Oigo
Pasar el tiempo por mis sienes.
Todavía estoy vivo.

Con Árbol adentro, de 1987, acaso su último libro unitario de poesía, que representa un texto de madurez creativa y gravedad poética, vuelve a tocar el tema del tiempo y del cuerpo, en claves líricas, en versos frescos y de honda sabiduría. El amor, la muerte, afirmaciones, interrogaciones, meditaciones, soliloquios y conversaciones, monólogos y sentencias poéticas. En este texto antológico y de circunstancia, Paz vuelve a reflexionar además sobre la poesía:

La poesía
Siembra ojos en la página,
Siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan,
Las palabras miran,
Las miradas piensan.
Oír
Los pensamientos,
Ver
Lo que decimos,
Tocar
El cuerpo de la idea.
Los ojos
Se cierran,
Las palabras se abren.

Muchos de los poemas de Paz se apoyan en la mitología prehispánica, en la simbología del náhuatl, o beben en las fuentes de la sabiduría de las religiones y filosofías de la India, el bramanismo, el tantrismo y el budismo, que nos ofrecen claves de lecturas interpretativas.

Otra vertiente fundamental en la formación intelectual de Paz la constituye Oriente. La atracción y la fascinación que ejercieron sobre su mente y su intelecto la India, China y Japón se manifiestan en el estudio de la cultura, la filosofía y el arte de estos países, y se observan en la escritura del haiku y en la traducción de poesía japonesa y china, como aconteció con la traducción por primera vez a una lengua occidental del libro Sendas de Oku, un diario de viaje del sabio y poeta japonés Matsuo Basho. Estos vínculos con el Japón y su poesía lo condujeron a transformar nuevamente su obra, a hacer una poesía más breve, reflexiva y contemplativa. «En la tradición japonesa encontré, primero, la idea de la concentración; segundo, la idea de lo no terminado, de la imperfección», afirmó.

En 1949, Paz reúne su poesía bajo el título de Libertad bajo palabra, en la que incluye poemas troncales de su producción poética, como su poema de largo aliento más logrado, Piedra de sol, poema autobiográfico, circular, donde convergen la historia y la mitología, el erotismo y el amor, así como Himno entre ruinas o La estación violenta, entre otros textos de una profunda impronta surrealista. Paz concibe, en efecto, la poesía como una libertad condicionada por la palabra, es decir, como un ejercicio de la libertad, pero bajo palabra. A partir de los años cincuenta, al contacto con el surrealismo, la poesía de Paz adquiere un aire de renovación y experimentación, que se inicia con ¿Águila o sol?, libro de poemas en prosa, donde convergen relatos y cuentos de facturas oníricas. Luego esa vocación experimental se verá permeada por la poesía concreta y los caligramas de Apollinaire, como se observa en sus libros Blanco, Discos visuales y Topoemas, en los que experimenta con la poesía visual, los espacios y la grafía.

Su concepción del presente como un estado perpetuo del tiempo lo transfirió a la poesía, pero también la inclusión del espacio y del fluir verbal del ritmo poético. Su experimento con el tiempo y el espacio poéticos le confieren al poema una combinación de recursos vanguardistas, desde el punto de vista técnico, como también se observa en su libro El mono gramático, un extenso poema en prosa, en el que convergen el ensayo filosófico, el relato surrealista, la poesía, el pensamiento y el ritmo vertiginoso de la prosa en movimiento. Prosa poética dinámica y cíclica, en la que la corriente del pensamiento se funde con el torrente verbal, y donde la sintaxis se revela en círculos laberínticos. En este texto experimental, Paz pone en crisis el tiempo poético, mediante el fluir del pensamiento, que hace estallar el sentido de la frase en una revolución de la puntuación. Tránsito y fijeza, movimiento y duración, en este libro deudor de la poética de la escritura surrealista, Paz funda un mundo de signos y símbolos que representan el ritmo del cuerpo y su erotismo. Filosofía del lenguaje poético, El mono gramático se lee en tanto apuesta discursiva, que es a su vez una estética de la palabra, que fluctúa entre metáforas y analogías, el silencio y la realidad verbal. La búsqueda del sentido poético opera aquí como tensión dialéctica entre la fijeza y el movimiento. De ahí la frase tautológica, que funciona como leitmotiv, en la que postula una serie de paradojas: «La fijeza es siempre momentánea». Así pues, el movimiento del ritmo verbal le confiere un contrasentido al sentido sintáctico. Fijeza y cambio, movimiento e inmovilidad, azar onírico y cálculo intuitivo, el mundo de sentidos metafóricos que crea Paz con esta escritura, heredera del «automatismo psíquico» bretoniano, pero vigilada por la razón estética, nos sumerge en una experiencia sensual de la palabra poética que nos sorprende y seduce, atrapa y angustia. Bajo el influjo del monólogo interior y el «fluir de la conciencia» joyceanos, este libro es, a un tiempo, celebración de la imaginación y fiesta de la contemplación, pasión de la prosodia y desafío a la sintaxis. La escritura funciona aquí como camino, tránsito de la reflexión y la mirada, en la que la tensión de la identidad estalla entre el yo y el otro, el ser y el no-ser, en un juego de identidades, entre la persona y el mundo, la palabra y los objetos, el cuerpo y el no-cuerpo.

En ese sentido, dice Paz en El mono gramático: «Pues bien, el camino de la escritura poética se resuelve en la abolición de la escritura: al final nos enfrenta a una realidad indecible. La realidad que revela la poesía y que aparece detrás del lenguaje –esa realidad visible solo por la anulación del lenguaje en que consiste la operación poética– es literalmente insoportable y enloquecedora. Al mismo tiempo, sin la visión de esa realidad ni el hombre es hombre ni el lenguaje es lenguaje. La poesía nos alimenta y nos aniquila, nos da la palabra y nos condena al silencio». Con esta obra, Paz intenta disipar el sentido real del funcionamiento de la escritura poética, en un decir contra el silencio y el tiempo. El estilo de esta prosa constituye una tentativa estética que persigue disolver la escritura misma en el acto de la lectura. En tal sentido, Hugo Verani afirma: «La escritura de Paz suele ser autorreflexiva: la poesía habla de sí misma, el yo revela su diáfana sensibilidad». En Paz confluye una poesía hímnica, como en Piedra de sol, pero en oposición expresiva, también la poesía serena, limpia, espontánea, siempre iluminada por el amor como contrapunto o centro de gravedad, que actúa como una de las obsesiones creativas que atraviesa el eje de su mundo verbal, como dice en un verso en Piedra de sol: «Amar es combatir». O cuando dice:

Tal vez amar es aprender
A caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos
Como el tilo y la encina de la fábula.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Planto un árbol.
Yo hablo
Porque tú meces los follajes.

Sin embargo, en Salamandra y Ladera este, libros que parten de su experiencia de vida en la India, la poesía vuelve a alcanzar la mesura y la sabiduría alimentadas por la contemplación y la meditación de los instantes. El mundo poético que Paz instaura, a partir de sus influencias orientales, también se expresa en el poema colectivo escrito a varias voces, Renga (de 1971), junto al poeta italiano Edoardo Sanguinetti, el francés Jacques Roubaud y el inglés Charles Tomlinson, con quien más tarde haría un texto a dos voces titulado Hijos del aire, en 1979. Esa poética del instante que Paz articuló en gran parte de su obra –sobre todo en sus poemas breves– juega con las analogías y la instantaneidad, las visiones y las figuraciones, en oposición a poemas extensos como Pasado en claro, Piedra de sol y Nocturno de San Idelfonso.

En la obra poética de Paz siempre opera como centro de tensión estética la visión de la poesía como religión, en la que lo sagrado y lo poético se consustancializan, como dijera él mismo: «La tentación religiosa y la tentación política, la magia y la revolución. Frente al cristianismo la poesía moderna se presenta como otra religión». Al mismo tiempo, esa poética fundamentada en el tiempo verbal se alimenta de la memoria, en la que predomina el imperio del presente. Así pues, el presente se constituye en presencia, en el centro que impulsa la poesía como técnica de exploración del mundo por el territorio de la memoria y la contemplación, que subvierte el tiempo del discurso poético en su decir, y al decirse, canta y se desdice, como en una espiral sonora de ritmos y palabras en movimiento, tal y cuando dice al final de su poema Pasado en claro:

Estoy donde estuve:
Voy detrás del murmullo,
pasos dentro de mí, oídos con los ojos,
el murmullo es mental, yo soy mis pasos,
oigo las voces que yo pienso,
las voces que me piensan al pensarlas.
Soy las sombras que arrojan mis palabras.

La poética de Paz se lee como una erótica. En ella ha estado siempre latente –o en su esencia– un latir erótico que le da vida, movimiento y temperatura emocional. Siempre están presentes, además, la amistad, la memoria alimentada de contemplación y el amor, en su estado erótico, desde Raíz del hombre hasta Árbol adentro, que, junto a Vuelta, son los dos libros de poesía con los que Paz cierra su ciclo vital como poeta.

En su estadía diplomática en la India, Paz escribió su poemario Ladera este (1962-1968), en el que incluye la sección Hacia el comienzo, donde está su poema Viento entero, cuyo leitmotiv es «El presente es perpetuo», poema que tiene el verso que dice: «En Santo Domingo mueren nuestros hermanos», alusión a la guerra civil de 1965 y a la invasión de marines norteamericanos. El verso «El presente es perpetuo» funciona como técnica que le da sentido temporal al ritmo poético, y que revela la inserción de la temporalidad, igual que acontece en El mono gramático, en el que la frase «La fijeza es siempre momentánea» es otro leitmotiv que participa como recurso de tensión estratégica, que postula el fluir temporal, en el que la sucesividad cede su espacio a la simultaneidad, procedimiento surrealista tan caro a Apollinaire, Blas Cendras y Reverdy. Si bien Paz tuvo gran influencia del surrealismo –por su amistad con Breton en Francia y con otros surrealistas–, el poeta mexicano no practicó de manera sostenida la escritura automática, con la excepción, en gran parte, de su libro de poemas en prosa ¿Águila o sol?

Paz asumió, eso sí, el espíritu surrealista, mas no su técnica ni su escuela, sino su estado estético. En los poemas de largo aliento como Piedra de sol, Blanco y Pasado en claro, refleja una conciencia del tiempo poético, que participa en una tensión entre fijeza y movimiento: la fijación del instante o el movimiento perpetuo de los signos poéticos. La poética del instante de los poemas breves entra en vínculos de tensión con la poética de la circularidad de los poemas extensos. La lectura instantánea de los haikus, por ejemplo, postula una oposición con la lectura elíptica de los poemas extensos. «La esencia de lo poético, en ambos casos, consiste en inmovilizar una fracción de lo vivido ante la propia percepción», dice Pere Gimferrer en su libro Lecturas de Octavio Paz, VIII Premio Anagrama de Ensayo. Los poemas extensos suponen un itinerario que representa una lectura circular, en oposición a los poemas breves, que demandan una lectura instantánea. «En último término –apunta Gimferrer– cualquier poema se encamina a suscitar este instante de revelación, que solo existe porque existe el poema; la lectura de cualquier poema es un itinerario hacia el instante de la fijeza, en la que la conciencia se ve a sí misma al ver el instante». Desde la plenitud del instante a la consagración del movimiento, la fijeza es relativa y la duración es absoluta, con respecto al tiempo del poema. El movimiento del tiempo verbal persigue abolir el espacio de su representación textual. La revelación poética transcurre en un instante eterno que fluye en la temporalidad de la presencia. El instante poético alcanza entonces su plenitud en la contemplación de lo absoluto y en la fijeza de lo relativo. La poética de la circularidad se convierte en una búsqueda de totalidad, como se expresa en el poema cíclico de largo aliento por excelencia Piedra de sol, cuyos cuatro versos iniciales –como ya se sabe– se repiten al final, y que no concluye, pues el poema no se cierra con un punto final sino que se abre con dos puntos. En efecto, Piedra de sol encarna la representación de un viaje, el peregrinaje de una voz poética que canta y narra; es asimismo una epifanía poética que invoca y convoca la fundación de un mundo erótico de palabras, una búsqueda que persigue un encuentro amoroso, en un periplo de memoria e historia, mito y deseo.

Los poemas y los ensayos de Paz son, a menudo, el testimonio de sus obsesiones intelectuales y sus pasiones creativas. Sus ideas fueron siempre la expresión del espíritu de una época. De ahí que viviera perpetuamente al calor de las efervescencias intelectuales y teóricas de su tiempo. Tanto le obsesionaron el existencialismo como el marxismo, el estructuralismo como la semiología, el psicoanálisis como el surrealismo. Siempre se alimentó del espíritu cultural de su época, como reflejan los títulos de sus libros Corriente alterna, Los signos en rotación, Conjunciones y disyunciones, Los signos y el garabato, Inmediaciones, Convergencias, títulos que a la vez representan ideas contrapuestas, alteridades e identidades, analogías y oposiciones. Paz fue así una mente incandescente, un humanista que absorbía el saber, metabolizaba las ideologías y sabía convertir las ideas en libertad y crítica. Usó la imaginación como un mecanismo de crítica a la sociedad, la cultura y las letras. Un intelectual que soñaba despierto la libertad y que empleaba la razón crítica con autonomía y responsabilidad intelectual. Fue una autoridad, en el sentido en que sus ideas y puntos de vista eran respetados, oídos y combatidos por todo el mundo, aun por aquellos que no compartían con él sus concepciones políticas y estéticas. Se sentía autorizado para opinar y argumentar sobre la sociedad y la cultura, sin remilgo ni reticencia. De ahí que mereció el lugar de librepensador, cuyos planteamientos los hacía con la autoridad que se ganó con su competencia intelectual, la originalidad de sus juicios y su libertad de universalización. Este tipo de poetas oraculares, con autoridad moral y estatura intelectual como Octavio Paz, está en vía de extinción, si no es que ya no existen; acaso el último representante vivo sea Vargas Llosa, que no es poeta, como tampoco lo fueron Carlos Fuentes ni García Márquez. De modo que Paz fue, sin quizás, el último mandarín de los poetas de prestigio y respeto universales, que tanto era oído con devoción, admiración y respeto en España como en el resto de Europa, Asia y América Latina.

De su obra poética seminal de carácter amoroso pasa a escribir una poesía más reflexiva y sensual, que nunca abandonaría. De sus reflexiones teóricas sobre la poesía, el poema, la inspiración poética y el oficio poético surgirá su manifiesto temprano de la «poesía de soledad y poesía de comunión», que aparecerá en su libro de ensayos titulado Las peras del olmo, de 1957, poética que luego definirá, fundamentará y prolongará en su obra cumbre de reflexión y teoría poética, y con la que obtuvo el premio Xavier Villaurrutia, El arco y la lira, de 1956, editada por el FCE, bajo la sugerencia de Alfonso Reyes, quien había escrito una obra similar titulada La experiencia literaria. En El arco y la lira, Paz reflexiona con una sorprendente erudición sobre la naturaleza de la poesía, el lenguaje poético, el ritmo, el verso, la prosa, la imagen y aun la inspiración poética, y concluye internándose en la teoría de la novela y la historia. En síntesis, lo que habrá de ser la línea central de estas reflexiones teóricas sobre la poesía se inicia con Las peras del olmo –y su poética de la Poesía de soledad y poesía de comunión–, se consagra y sintetiza con El arco y la lira, en especial, con su texto que sirve de apéndice, Los signos en rotación, una suerte de manifiesto sobre la experiencia del lenguaje poético, luego se prolongaría en Los hijos del limo, un conjunto de conferencias que Paz dictó en Cambridge, en 1974, y culminaría con La otra voz: Poesía y fin de siglo, en 1990.

A partir de la segunda edición de El arco y la lira, en 1967, Paz reemplaza el antiguo epílogo por el texto Los signos en rotación, que se lee como un manifiesto poético acerca de la experiencia poética que se transforma a su vez en crítica del lenguaje, y la poesía como reveladora de la otredad. A partir de estas obras, Paz desarrollará su tesis de la «tradición de la ruptura», en la que lo moderno se vuelve tradición, que se nutre de rupturas, y donde estas rupturas a su vez se convierten en tradición, idea elaborada acaso del ensayo de Eliot «Tradición y talento individual». Esta dialéctica entre tradición y ruptura será el motor de la historia de la literatura, como lo será el estilo en la historia del arte y la lucha de clases en la sociedad, idea que desarrollaría E. H. Gombrich con su tesis de la historia del arte como historia de los estilos. Así pues, las rupturas serán el alimento que luego pondrá en crisis lo moderno, de suerte que la modernidad es una hechura de rupturas. Ya en La otra voz, Paz llega a la conclusión de que las vanguardias habían arribado a su ocaso a partir de los años sesenta, como una expresión del fin de la concepción del tiempo lineal y progresivo, y de lo que el mismo Paz siempre llamó la «revuelta del futuro», que lo condujo a hablar de un «presente perpetuo», y a la vez fugaz, como una manera de afirmar el tiempo circular. En este texto, que coincidió con la concesión del Nobel en 1990, Paz defiende la idea de que la poesía es la «otra voz», una voz que no proviene del poeta mismo sino de la voz de la tradición, con lo cual significó que no hay voz propia, que lo que se oye en los poetas es la voz de la tradición, con lo que pone en tela de juicio el concepto de originalidad. «Su voz es otra porque es la voz de las pasiones y las visiones; es de otro mundo y es de este mundo, es antigua y es de hoy mismo, antigüedad sin fechas», al decir de Paz. Con este libro, Paz cierra su ciclo de reflexión teórica sobre la poesía, su lugar en el presente y el futuro, y la tesis del ocaso de las vanguardias históricas.

El énfasis en el perfil humanístico de Paz lo consagra como un hombre de letras y pensamiento, que evoca a un renacentista, por su afán de conocimiento y vocación apasionada por el saber enciclopédico. Así pues, esa inteligencia y sensualidad, integridad y humanismo, fueron cualidades encontradas en este intelectual y poeta mexicano que nos llenó de satisfacción y orgullo a todos los que compartimos con él la lengua y la cultura del continente hispanoamericano, esa lengua de Cervantes, de la que tanto Paz reivindicó su esencia hispánica. En su discurso ante los reyes de Suecia, con motivo del Nobel, hizo una defensa de la naturaleza como una forma de defender la humanidad, con lo que se situó en una actitud de preocupación ante el deterioro del medio ambiente. Con esta sentencia, el nobel Paz planteó una idea que nunca había expuesto en sus obras, acaso porque había llegado a una edad de plena madurez personal, y al umbral de la vejez. Esa nostalgia ecologista le brotó de sus entrañas, de su sensibilidad poética, como hombre de un siglo convulso, trágico y de grandes amenazas destructivas. «Solo si renace entre nosotros el sentimiento de hermandad con la naturaleza podremos defender la vida», sentenció. En este discurso, sus palabras se tornaron nostálgicas y melancólicas, acaso inquieto por el destino humano y del mundo. De ahí que dijera: «Somos un eslabón de “la gran cadena del ser”, como llamaban los filósofos de la antigüedad al universo. Uno de los gestos más antiguos de los hombres, repetido diariamente desde el comienzo de los tiempos es alzar la cabeza y contemplar con asombro el cielo estrellado. Casi siempre esa contemplación termina con un sentimiento de fraternidad con el universo».

En Octavio Paz la búsqueda de la historia siempre fue una forma de buscar el presente para entender así su sentido de escritor y de intelectual comprometido con la libertad de la palabra. Esa constante búsqueda suya del presente se define en una comprensión de la modernidad. Así pues, su crítica a la modernidad fue una crítica a la idea del progreso temporal capitalista y también a la utopía socialista: critica el pasado y el futuro, desde un presente en perpetuo movimiento. Para Paz el presente es, pues, una búsqueda contante. De ahí que vea en el futuro un ocaso y un fracaso. Esa concepción del tiempo histórico representa una visión pesimista, o más bien, nihilista, que acaso tenga una deuda con Nietzsche. «Y ante el fracaso de las filosofías del futuro, Paz propone y anuncia la posibilidad de desarrollar una filosofía del presente», dice Alberto Ruy Sánchez, y añade: «A mi juicio, si pensar el hoy significa, ante todo, recobrar la mirada crítica, como dice Paz, entonces habría que colegir que el pensamiento funciona como mecanismo que reivindica la crítica de la realidad y de la historia. Para Paz, el presente es una presencia constante, en tanto que el pasado y el futuro representan la ausencia. El presente encarna, en efecto, la idea de la presencia del instante y de su fugacidad. Esa idea de la simultaneidad temporal, que acompañó su poesía y sus ensayos, representa conflictos temporales de relaciones, donde el concepto modernidad-antigüedad simboliza los opuestos binarios: lo dentro-afuera, el aquí-allá, el hoy-mañana y el instante-eternidad. O lo que los latinos llamaban el “hice et nunc”, el aquí-ahora».

Como se ve, en estas palabras hay un desgarramiento, una despedida y una poética de su escritura, y de la memoria, como fuente de creación literaria. Su obra fue, en efecto, una constante reflexión y una búsqueda sobre la poesía misma y su poder en el mundo social, por lo que no es extraño que el título del primer volumen de sus obras completas sea La casa de la presencia: poesía e historia (1999).

Paz llegó a confesar que terminó escribiendo ensayos para no pasarse la vida escribiendo poesía. De sus reflexiones sobre la poesía y su lugar en la historia, y de su concepción de la poesía como experiencia del lenguaje y el quehacer del trabajo poético, surgió el poeta-pensador, el autor de obras emblemáticas y señeras sobre la poesía como género literario. Vio así a la poesía como un acto de exorcismo, que le permitió habitar el mundo sensible, como una manera de vivir el presente, de hacer presente el tiempo, de eternizarlo, es decir: la poesía como una transfiguración del tiempo real, encarnada en una presencia temporal de la palabra. Así pues, en síntesis, percibió a la poesía como una exorcización de la memoria para volverse presencia presente.

La titánica empresa intelectual de Octavio Paz llevada a cabo a lo largo de más de sesenta años dejó una huella indeleble y profunda, y de una variedad temática sorprendente, que marcó el devenir del siglo XX, tanto de México como del mundo. Su portentosa imaginación crítica la ejerció con autoridad y lucidez, tanto en el territorio de la crítica y la poesía como del ensayo. Nos dio una cátedra de creación crítica y una lección de crítica creadora, con proverbial maestría, siempre impulsada por el aire del pensamiento. Nos enseñó a hacer crítica desde la poesía, pero también, historia, política, antropología y estética. La fertilidad de su lucidez expresiva nos deslumbró con hondura conceptual y gracia verbal, vale decir, nos dio, como el mismo decía, «nuestra pequeña ración de eternidad».

Sus ensayos tienen una variedad temática y una riqueza expresiva proverbiales. Acaso después de Ortega y Gasset, se podría decir, que Paz fue el más grande ensayista de nuestra lengua. Maestro de un género que cultivó con espléndida diversidad, penetración, agudeza y novedad. Ensayista que no cayó en la trampa de la sistematización pesada, pues exploró en los más diversos territorios de la imaginación, con una prosa fluida, sin caer en la tentación de ser categórico, tajante y reduccionista. De ahí que siempre expresara sus ideas en plural, en un nosotros, sin caer en los extremos del tratado o el aforismo, sino que mantuvo un equilibrio como buen ensayista, consciente de la definición del género. Conviene citar su concepción y teoría del ensayo, a propósito de su ensayo sobre Ortega y Gasset: «El ensayista tiene que ser diverso, penetrante, agudo, novedoso y dominar el arte difícil de los puntos suspensivos. No agota su tema, no compila ni sistematiza: explora. Si cede a la tentación de ser categórico, como tantas veces se le ocurrió a Ortega y Gasset, debe entonces introducir en lo que dice unas gotas de duda, una reserva. La prosa del ensayo fluye viva, nunca en línea recta, equidistante siempre de los dos extremos que sin cesar la acechan: el tratado y el aforismo. Dos formas de la congelación».

Leer a Paz hoy, en su centenario, es asistir a una fiesta del intelecto, disfrutar de un prosa limpia, como las aguas de un río de corrientes subterráneas, que refrescan el espíritu de toda materia pensante. El asombro que suscitan las miríadas de temas que tocó, en los que el poeta logró hallazgos sorprendentes, nos subyuga y seduce. Sus ideas nos iluminan. El movimiento de su pensamiento nos deslumbra, y a la vez nos provoca e incita. Nos regaló una prosa matizada por el ejercicio de la lucidez, en la que combinó el rigor intelectual con el impulso estético.

La influencia que ejerció sobre él Ortega y Gasset fue vital. No tanto en su estilo, pero sí en su potencia de pensamiento y en su lucidez y agudeza conceptuales. En un ensayo evocador del filósofo español, de 1980, titulado José Ortega y Gasset: el cómo y el para qué, contenido en su libro Hombres en su siglo, Paz recordó un consejo que le dio, en una caminata hasta el hotel donde se hospedaba el autor de La rebelión de las masas, cuando Paz asistió como delegado a un Encuentro Internacional que se celebró en Ginebra, en 1951, y donde Ortega y Gasset era uno de los conferenciantes. Dice Paz que el filósofo le dijo: «Aprenda el alemán y póngase a pensar. Olvide lo demás». Y afirma Paz, en ese sentido: «Prometí obedecerlo y lo acompañé hasta la puerta de su hotel. No aprendí el alemán. Tampoco olvidé lo demás». Y sigue diciendo el poeta: «Desde entonces he tratado de ser fiel a esa primera lección. No estoy muy seguro de pensar ahora lo que él pensó en su tiempo; en cambio, sé que sin su pensamiento yo no podría, hoy, pensar».

La forma más eficaz de homenajear a Octavio Paz, en su centenario, es con este epitafio que escribió titulado Epitafio sobre ninguna piedra:

Mixcoac fue mi pueblo: tres sílabas nocturnas,
Un antifaz de sombra sobre un rostro solar.
Vino Nuestra Señora, la Tolvanera Madre.
Vino y se lo comió. Yo andaba por el mundo.
Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire.

Basilio Belliard es poeta, ensayista y crítico literario. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Tiene un máster en filosofía por la Universidad del País Vasco y la UASD, con una tesina titulada «Filosofía y poesía: una relación histórica de atracción y repulsión». Entre sus publicaciones destacan Diario del autófago (poesía, 1997), Vuelos de la memoria (poesía y ensayo, 1999), Poética de la palabra. Ensayos de teoría literaria (2005), Sueño escrito (Premio Nacional de Poesía, 2002), Balada del ermitaño y otros poemas (2007), Oficio de arena (minificciones, 2011), Soberanía de la pasión (ensayo, 2012) y El imperio de la intuición (ensayo, 2013). Actualmente es director de Gestión Literaria del Ministerio de Cultura y director-fundador de la revista País Cultural.
 

 
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