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Selfie: la vida retratable

 

Por Vanessa Londoño

 

 

Después del derechazo de Vargas Llosa, es probable que Gabo le tomara un selfie a su ojo rotulado, pero en el 76 no había cámaras digitales ni celulares, sino teléfonos sedentarios y películas de celulosa. Para salvar al puñetazo del olvido, García Márquez se hizo retratar en dos instantáneas a blanco y negro: una triste y otra sonriente. En 1888, Van Gogh se cortó parte de la oreja izquierda y luego pintó un autorretrato con la cabeza vendada, en memoria del suceso. ¿Cuál es la razón de que hagamos esto? Seguramente, queremos dejar registro de los acontecimientos más importantes de nuestra vida. La pelea entre Gabo y Vargas Llosa alude al cotidiano episodio de un puñetazo entre amigotes. Las complejidades de la vida rutinaria son universales, y todos, antes y ahora, buscamos consuelo en la cámara. Muchas de las razones por las cuales se ha criticado al selfie han motivado grandes obras de arte. Los días son por defecto retratables, aunque el frenesí de las redes sociales nos lleve a querer tener una vida que pueda ser fotografiada.

 

El selfie no es solo un fenómeno social sino lingüístico. En 2013 el Oxford Dictionary le impuso el crisma, incorporó oficialmente el término al idioma inglés, y además lo nombró palabra del año a través de su portal de Internet. La palabra selfie resume con gracia y hasta de forma entrañable, por su brevedad, el gesto de autorretratarse con el lente frontal de un teléfono o aprovechándose del reflejo de un cristal. Sin embargo, los tentáculos del significado de lo que en español se conoce como autofoto exceden el autorretrato: nos retratamos con la misma intensidad que retratamos lo que comemos o compramos, con el ánimo de explicar quiénes somos. Sospecho que la palabra selfie ha comenzado a inflamarse para significar no solo una foto de uno mismo con la propia interpretación de sí, sino también el retrato de los artículos íntimos o más personales.

 

Autorretratarse permite estudiar los diferentes acentos de la personalidad, conocerse a sí mismo. El «yo» como objeto de arte es una forma legítima de autoconocimiento. Rembrandt, Frida Khalo, Rafael, Van Gogh, Durero, pintaron autorretratos en los que ejercen diferentes discursos sobre quiénes son. La incorporación de cámaras digitales a los teléfonos celulares, sin embargo, ha democratizado la posibilidad de retratarse y nos ha liberado de la necesidad de tener talento para hacerlo.

 

El encanto de la fotografía consiste en lograr la irrevocabilidad de un momento particular, que de otra forma se perdería en el olvido; fragmentar y servir un segundo de tiempo al que le atribuimos un carácter nostálgico. Hoy, bastan segundos para pasar del evento fotografiable a la foto, y de ella, a la exposición social. Instagram, Twitter y Facebook se han convertido en la plaza pública intangible, donde podemos hacer alarde de nuestra cotidianidad. Con el ensanchamiento de las ciudades, se perdieron los espacios físicos de la vida pública que antaño fueron las iglesias o las plazas de mercado en domingo. Vincular nuestras fotos o selfies a las redes sociales nos permite dialogar y exponernos a la vida pública. Queremos ser celebridades locales, ejercemos una farándula a pequeña escala. Hoy, con el frenesí de las redes sociales, nos esclaviza el ansia de una vida fotografiable, y el número de «me gusta» nos deja vivir la fantasía de la fama.

 

El catálogo deselfies no explora asuntos distintos a los tratados por el arte. Los numerales o hashtags con los que se etiquetan las fotos en las redes sociales perfilan ya ciertos tipos de autofotos organizadas por temas. Obturar la imagen de sí mismo frente a un espejo en el gimnasio, durante o después del ejercicio, refiere al muy antiguo culto grecorromano al cuerpo. Las autofotos de James Franco o Nick Jonas exhibiendo torsos perfectamente esculpidos son comparables a las esculturas del siglo Ique uno encuentra en el British Museum o en el Louvre. El Discóbolo de Mirón, esa famosa estatua de un deportista en ángulo de giro y en plena actividad física, participa del mismo principio de los selfies de quienes se retratan con pesas en las manos. La idealización de la belleza física que en la Antigüedad llevó a la creación de una visión subjetiva del cuerpo –distante de la realidad– se parece al filtro o efecto especial que, para mentir, le ponemos a la foto.  

 

Otro de los tipos de selfies que se ha popularizado es el del retrato con las celebridades. El selfie de Ellen DeGeneres, en los Óscar de este año, acompañada de una nómina estelar de actores como Meryl Streep, Brad Pitt o Julia Roberts fue rápidamente asociado a Las Meninas de Velázquez, que es un autorretrato del pintor que incluye al rey Felipe IV y a Mariana de Austria, los aristócratas de la época. La pintura fue reproducida por artistas posteriores que aportaron sus propias versiones de la obra, al igual que luego del selfie de los Óscar millones de personas alrededor del mundo se tomaron fotos imitándolo. Nuestros selfies empiezan a ser réplicas de los de los famosos: copiamos su patrón de conducta y organizamos nuestra vida en función de las fotos.

 

Tipos de selfies

Muchos de los selfies empezaron con turistas solitarios a quienes les bastaba extender el brazo lo suficiente para salir en una de las esquinas de la torre Eiffel o el Coliseo romano. Con el tiempo, se empezaron a incorporar ciertos aditamentos fotográficos a las cámaras digitales y celulares, con el propósito de profesionalizar las crónicas personales de viaje. Se crearon monopies que a modo de trípode funcionaban como prótesis del brazo y lograban alejar la cámara lo suficiente para amplificar la exposición del recuadro, o permitían tomas de ángulos imposibles. Mientras se hacían famosos los selfies de viajeros que lograban desde los rascacielos una espectacular imagen sobre los precipicios, aquellos en que solo alcanzaba a salir un ojo o parte de la cara fueron desapareciendo. Luego vinieron los materiales que impermeabilizaron las cámaras y permitieron que se integrasen la fauna y otros elementos. En vacaciones, también se hicieron populares las fotografías de las piernas bronceadas, teloneras del mar. La composición normalmente incluía una botella de cerveza o un sombrero panameño sobre la arena: cada selfie fue perfilando también su estética.

 

Los selfies fueron conquistando cualquier clase de reflejo: ascensores, espejos de baño o retrovisores de los carros. Hasta la propia agua, o el polarizado de una ventana del metro. Toda reverberación era válida para aparecer. Algunos cristales empezaron a adquirir fama para retratarse, y se volvieron pistas silenciosas del paso de los viajeros que permitían prescindir de la mención del lugar, como el selfie obligatorio frente a la obra de Anish Kapoor en el Museo Metropolitano de Nueva York. El 23 de abril de 2014, el astronauta Rich Mastracchio, aprovechándose del cristal de su casco espacial, se tomó unselfie  fuera de este mundo: el contexto es el oscuro vacío del espacio y al fondo, solitario, aparece el planeta Tierra. Aki Hoshide también logró un autorretrato épico en el reflejo de su yelmo de astronauta. Compartiendo la redondez del casco aparece la Tierra, y al fondo, el Sol.

 

Los selfies se extendieron a las parejas y luego a los grupos. En el olvido quedaron los días del temporizador, en que el fotógrafo corría el riesgo de la decapitación o la mutilación. Es evidente que queremos hacer alarde de quiénes son nuestros amigos y de con quién salimos. Algo tan corriente como manejar un carro se convirtió en toda una categoría del retrato. Los carselfies o autofotos en el carro aparecieron con una composición sencilla: el piloto del carro maneja con el cinturón de seguridad atravesado. P. Diddy y Miley Cyrus son íconos de esta tendencia. Tal vez autorretratarnos de la misma forma que una celebridad nos permite compartir algo con ella, y de ahí el éxito de esta tontera.

 

La moda también hizo sus aportes silenciosos. Primero se hicieron famosos los selfies  que retrataban, desde arriba, el tronco con énfasis en los zapatos y la cartera; luego la toma se especializó solo en los zapatos y adquirió el nombre de shoefie. Hoy se retrata, a modo de catálogo de museo, cualquier detalle de la vestimenta. Hasta la Tierra tiene su propia autofoto. En conmemoración del Día Mundial del Planeta, la Nasa pidió a gente  de todas partes del mundo que enviaran sus selfies al «#GlobalSelfie», con indicación del lugar exacto en el que se encontraban en el momento de fotografiarse. Aprovechando que por primera vez astronautas enviados al espacio pudieron capturar una imagen completa del planeta, la Nasa produjo una imagen de cómo se vería este si decidiera tomarse un selfie. Cerca de 36,000 fotos fueron usadas en el mosaico. Cada pixel está compuesto de la fotografía de una persona, y corresponde al lugar exacto en que fue obturada la imagen. Como en un cuento de Borges, el selfie de la Tierra está compuesto, a su vez, de selfies de sus habitantes.

 

Otros selfies

Bajo los hashtags «beerporn» o «foodporn» (en español, pornografía de la cerveza y de la comida) se agrupan fotografías de comida o de cerveza glamurosamente vestidas. Al igual que en la naturaleza muerta, se evidencia un interés por retratar cosas rutinarias y personales como lo que comemos, lo que tomamos, o las cosas que forman parte de nosotros. También dentro de las últimas novedades de los selfies está la denominada autofoto después del sexo, o after sex selfie. Bajo esta categoría, miles de parejas alrededor del mundo lanzan fotos en el preciso estado de reposo que sucede al amor. Incluso, en Instagram, se ven fotos de instantáneas tomadas a la pantalla del celular que dan cuenta de una llamada, lo que sugiere que el sexo ha sido telefónico. También se ven fotografías de personas que empiezan a satirizar la tendencia tomándose fotos con animales en la cama (¿o no?), o de pavos reales con el abanico abierto. Recientemente, el selfie de Willow Smith de 13 años, hija de Will Smith, atrajo la condena de los moralistas por la publicación de un after sex selfie en blanco y negro. El retrato de la quietud que sigue al acto sexual ha sido evidentemente explotado en el arte. En Hombre y mujer, Picasso pintó a un hombre que vela la siesta de una mujer desnuda y satisfecha. En Muchacho en la cama, de Lanfranco, el pintor italiano del siglo xvii nos muestra a un joven que aparece recostado entre sábanas revueltas que parecen decir «acabamos de terminar» mientras le sonríe maliciosamente al espectador. Se sabe que la pintura evoca la Venus en el espejo de Velázquez, y que la técnica usada por Lanfranco fue la de retratarse de igual manera con la ayuda de un espejo. Al igual que como ocurría en  el pasado, el after sex selfie nos sirve para hacer alarde público de la intimidad.

 

Van Gogh, la paranoia y losselfies

Estudios recientes indican que los selfies son fuente de problemas mentales, como depresión, paranoia y baja autoestima, especialmente cuando al vincularlas a las redes no obtienen la popularidad esperada. Recientemente, la Asociación Americana de Psiquiatría acuñó el término selfitis para definir, a modo de infección psíquica, el trastorno derivado de la compulsión de autorretratarse y publicar la autofoto en redes sociales. Se dice que ello se hace para compensar la falta de amor propio o llenar un vacío de la intimidad. El problema, sin embargo, tiene que ver más con la exposición social del yo, y no es nuevo ni se restringe al tema en concreto de los selfies. Van Gogh, por ejemplo, padeció graves depresiones derivadas de la falta de reconocimiento de sus pinturas. Su alienación radicó en la incomprensión y baja fama lograda por su arte, que solo sería reivindicado luego de su muerte. A esta circunstancia, se le atribuyen la automutilación de su oreja y posterior suicidio. De la primera, quedó uno de los 27 autorretratos que pintó sobre sí mismo, y en el que, con la ayuda de un espejo, se pintó con el lado izquierdo de la cabeza vendada.

 

Existen un sinnúmero de selfies, sin embargo, que evidencian algún tipo de locura o estado psicótico. Una turista en Nueva York se retrató con el puente de Brooklyn de fondo mientras un hombre intentaba suicidarse. Paul Martinika, el reportero gráfico que captó el momento exacto en que se disparaba el selfie, sostuvo luego ante los medios que la mujer tomó la decisión tras 25 minutos de testimoniar y conocer lo que estaba ocurriendo. En Filadelfia, Hana Undren, de 18 años, se hizo famosa por tomarse un selfie mientras el avión en el que viajaba aparecía estrellado al fondo. En las costas de  Hawaii, un hombre llamado Ferdinand Puentes, se las arregló para retratarse cuando apenas conseguía sobrevivir con el chaleco salvavidas puesto; en una de las esquinas de la foto, se distingue al avión hundiéndose. Hemos llegado al absurdo de retratarnos en funerales. Si bien las fotos de los muertos no son necesariamente una novedad, sí lo debe ser el hecho de querer conseguir popularidad con ello. Barack Obama y Helle Thorning-Schmidt tuvieron la osadía de tomarse un selfie en pleno funeral de Nelson Mandela.La imagen se convirtió en un clásico moderno del género. Además, resultó ser también un  ícono de la exclusión: a la derecha, relegada y malhumorada, no aparece Michelle Obama. RIP Grandpa Wu fue el nombre con el que una adolescente tailandesa bautizó el collage de fotos en el que se ve, al fondo, a su abuelo muerto todavía en la cama del hospital. La chica, sin embargo, sale sonriente y haciendo poses en primer plano.

 

El antiselfie de Maggrite

Delante de un posible malecón, aparece un hombre con una manzana en la cara, y al fondo, el cielo avisa temporal. Magritte pintó este selfie condenado al fracaso porque apenas si se le ve la esquina de un ojo. Es probable que ninguno de los méritos artísticos del Hijo del hombre le alcanzara para hacerse viral en Internet, aun cuando cuelga de un museo. El autorretrato en el que Magritte se da el lujo de prescindir de su propia cara es en todo opuesto a lo que se busca con el selfie.

Los selfies y los autorretratos satisfacen una necesidad de definición ontológica, de determinar quién se es. La exposición de los selfies en las redes sociales tiene que ver también con una aspiración muy humana, la de lograr reconocimiento. Sin embargo, es probable que la sobreexposición genere el problema opuesto, es decir, la pérdida de identidad. Cuanto más nos exhibimos, más nos alejamos de nosotros mismos. Quizá la metáfora de Magritte quiera decirnos justo eso: si reservamos nuestra intimidad  terminaremos sabiendo quiénes somos y evitaremos mostrar lo que creen que somos.

Pero, en fin, cada momento de la vida es retratable porque, por azaroso que nos parezca en el momento de la foto, visto en el futuro estará siempre embadurnado de un hollín nostálgico.

 

Vanessa Londoño López es abogada del Colegio Mayor de la Universidad del Rosario de Bogotá con estudios de literatura de la Pontificia Universidad Javeriana. Ha trabajado en prestigiosas firmas de abogados y es profesora de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario, y de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad El Bosque. Es aspirante a una Maestría en Bellas Artes de la NYU.

 

 

 

 

 
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