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El último mensaje de texto

 

Por Frank Báez

 

 

Hace unos años, durante una lectura del poeta Derek Walcott en una ciudad nicaragüense, aconteció un detalle que me escandalizó: sentado en la mesa de honor, a dos sillas del premio Nobel caribeño, el alcalde «texteaba». El único momento en que dejó de hacerlo fue al final de la ceremonia cuando guardó el celular y se acercó al poeta a estrecharle la mano. Aclaro que lo que realmente me escandalizó no fue el poco interés del alcalde ante la poesía de Derek Walcott –estaba seguro que si no se hubiera puesto a «textear» se hubiese quedado dormido–, sino el descaro de ir a saludarlo como si hubiera estado atento y concentrado. Sin embargo, posteriormente me enteré de que efectivamente el alcalde sí estuvo pendiente de la lectura, ya que lo que hacía era tuitear versos y frases del escritor.

 

Esta experiencia es bastante similar a la que tengo con algunos amigos que son capaces de hablar conmigo y «textear» con otras tres o cuatro personas sin perder el hilo de la conversación. Ya quedó atrás la época en que utilizábamos los sms para ahorrarnos el impuesto de las llamadas telefónicas. Ahora «texteamos» para intercambiar archivos, para hablar de nuestra vida, para discutir y para negociar.

 

«Textear» puede definirse como el acto de enviar y recibir minimensajes y archivos entre dos o más celulares. De acuerdo a una amiga mía, «textear» es como cuchichear con los dedos. Lo hacemos continuamente en los lugares menos pensados: en el gimnasio, en la oficina y en la fila del supermercado. Incluso en funerales donde se supondría que deberíamos estar en actitud solemne. Hace unos meses en la ciudad de San Francisco, la policía detectó en las cámaras de seguridad de una estación de tren que el asesino de un joven mexicano anduvo todo el tiempo con el arma en la mano, a la vista de todos los pasajeros, pero que ninguno se percató de esto, ya que todos estaban con la cabeza gacha «texteando».

 

La distracción que esta actividad provoca es tal que en varios países se han aprobado legislaciones que prohíben el uso de teléfonos inteligentes en las escuelas y en las universidades. Incluso, recientemente, el Congreso italiano aprobó una resolución que prohíbe su empleo durante las sesiones. De igual manera, en varios países se ha prohibido « textear» mientras se conduce un vehículo debido a la enorme cantidad de accidentes que esta irresponsabilidad ha causado. En principio, uno considera absurdo que existan personas que lleguen a estos extremos, pero los accidentes se han incrementado tanto que en varios países se han creado campañas para detener esta peligrosa práctica.

 

Ante estos « texteadores» profesionales, capaces de «textear» mientras manejan un carro, sintonizan el radio y conversan con los pasajeros, el alcalde nicaragüense, que lo hace mientras escucha poesía, parece un niño de teta. A esa capacidad de concentrarse en varias actividades a la vez se le denomina en inglés multitasking. Dicha palabra hace referencia a cómo las máquinas pueden realizar varias actividades o tareas simultáneamente. Este símil con las máquinas me sirve un poco para traer a colación a filósofos y teóricos de la modernidad, que tan pronto aparece un nuevo dispositivo tecnológico tienden a plantear que nos estamos deshumanizando. A cualquiera que tenga un teléfono inteligente estos le parecerán meros reaccionarios nostálgicos. Sin embargo, dada la situación, a uno no le queda otro remedio que preguntarse si acaso esa manera frenética y maniática de «textear» va a terminar deshumanizándonos de una vez por todas.

 

 

Del sms a la mensajería instantánea

 

Todo se remonta al 3 de diciembre de 1992 cuando desde su computadora un joven ingeniero llamado Neil Papworth envió el primer sms o mensaje de texto al celular de su amigo Richard Jarvis. Por supuesto, el proceso fue lento y tendrían que pasar años para que empezáramos a «textear» de la manera en que hoy lo hacemos. En un principio, los sms se utilizaban para ayudar a las personas con problemas de audición, pero poco a poco los usuarios comenzaron a utilizarlos de manera asidua, entre otras cosas porque resultaba menos costoso que una llamada y ofrecía una forma de comunicación más acorde con los tiempos actuales. A diferencia de las llamadas en que se debe cuidar el tono en que se habla para no molestar a terceros, cuando envías un sms lo haces en silencio y sin importunar a nadie. Ya en 1999 los sms se podían enviar desde cualquier celular. Con el tiempo fueron desplazados por los servicios de mensajería instantánea, ya que entre las posibilidades que ofrecen estos últimos está la de enviar textos a varios interlocutores e intercambiar archivos. Además, con esta modalidad, se tiene la posibilidad de distinguir cuándo los usuarios se encuentran conectados y disponibles.

 

Sin embargo, dos aspectos contribuyen a que el fenómeno crezca exponencialmente: el lanzamiento en 2007 del iPhone con su teclado virtual, y el apogeo de las redes sociales. Tan pronto Twitter adapta los 140 caracteres de los sms, los teléfonos inteligentes se vuelven los dispositivos adecuados para difundir esta modalidad. Ese mismo año, las compañías telefónicas estadounidenses reportan que se envían y reciben más mensajes de texto al mes que llamadas telefónicas. En 2009 surgen varias aplicaciones de mensajería instantánea para teléfonos inteligentes, entre las que podemos mencionar WhatsApp y Viber, que se encargan de borrar del mapa al sms. De acuerdo a la agencia francesa KRDS, la cantidad de número de cuentas de mensajería instantánea que en 2013 había en China sobrepasaba los 1.5 billones. Por otro lado, se estima que las compañías telefónicas perdieron 23 billones, puesto que los usuarios estaban haciendo cada vez menos llamadas telefónicas y habían decidido no mandar mensajes de texto a través de los sms.

 

A pesar de que las cifras monstruosas dan a entender que gran parte de la población está conectada y «texteando» frenéticamente, hasta la fecha esta forma de comunicación no se había abordado de manera idónea en el cine, la literatura o la televisión. El teórico de la posmodernidad Jean Baudrillard considera que entendemos los cambios y los procesos en una determinada época cuando estos logran ser plasmados en el arte. Al ver los primeros capítulos de la serie House of Cards, donde cada vez que los personajes «textean» aparecen los diálogos en un extremo de la pantalla como si se tratara de una plataforma de mensajería instantánea, es cuando finalmente comprendemos que «textear» ya no es un fenómeno, sino una nueva forma de interacción. 

 

 

De un segundo al siguiente

 

Varias organizaciones de psiquiatría han descrito la adicción y la dependencia que surgen del uso continuo de estas nuevas aplicaciones. A pesar de que no aparece una referencia directa en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DMS-V) de 2013, suponemos que es solo una cuestión de tiempo para que incorporen casos relacionados con la adición a las redes sociales, a «textear» y al mundo virtual en general. Puesto que estas interacciones nos mantienen continuamente distraídos, solemos cometer una serie de estupideces y faltas que llegan hasta poner en peligro nuestra vida y las de los demás. Entre estas quiero señalar la irresponsable costumbre que tienen muchos de «textear» mientras conducen. A primera vista se puede pensar que se trata de un mero descuido, quizás como el de una mujer que está atrasada para una reunión y mientras conduce se va colocando el maquillaje. Pero a diferencia de casos aislados como el mencionado, en el que nos ocupa se trata de un comportamiento imprudente que crece día a día y que le ha costado la vida a miles de personas, hasta el punto de que en varios países se han aprobado leyes y programas para su prevención. Al igual que el alcohólico que tiende a conducir ebrio y provocar accidentes de tránsito, quienes suelen causar problemas «texteando» son sujetos obsesivos y en ocasiones hasta reincidentes. Pongamos el caso de Anna Marie Reynosa, quien, a pesar de haber sido multada dos veces por «textear» mientras conducía, reincidió. De acuerdo a los abogados, por soltar el volante unos segundos para escribir un mensaje a su novio, terminó arrollando con su camioneta a la motociclista Charla Wilkins, que estaba detenida a un lado de la carretera.

 

De acuerdo a un estudio realizado en Inglaterra en 2012 por el Institute of Advanced Motorist, «textear» mientras se maneja tiende a ser más peligroso que hacerlo ebrio o bajo los efectos de la mariguana. En otro estudio realizado en junio de 2009 por la revista Car and Driver se midieron las reacciones de dos conductores al leer y enviar mensajes de texto. Entre las conclusiones de esta investigación, aparecía la siguiente: a una velocidad de 35 millas por horas un conductor que lee un mensaje se detiene 36 pies más allá que un conductor normal; de igual manera, uno que escribe un mensaje de texto de dos caracteres lo hace 70 pies más allá que un conductor normal. En uno de los muchos videos esparcidos en Youtube, que conforman campañas que intentan prevenir accidentes de este tipo, se ve a un conductor de transporte público estadounidense que se distrae un segundo «texteando» y cuando alcanza a mirar hacia delante el autobús ha destrozado la parte trasera de una camioneta que se había detenido ante el semáforo en rojo.

 

En casos como estos, los jóvenes resultan ser el segmento de la población más vulnerable. Para ellos se han creado y diseñado iniciativas que no solo buscan prevenir accidentes, sino que pretenden involucrarlos y ganarlos para la causa. Una de estas es Itcanwait, que de una manera entretenida y con un diseño muy vistoso los educa para que no reincidan en tal conducta.

 

Con tal de conocer cómo se ha abordado el problema en la República Dominicana, me comuniqué con la Autoridad Metropolitana de Transporte (amet), pero no conseguí dar con una persona que me proporcionara un dato estadístico. Hace una semana decidí dejar un mensaje en mi muro de Facebook donde pregunté si se sabía de algún dominicano que hubiera vivido tal experiencia. Ninguna de las respuestas resultaron interesantes, pero un amigo me dejó el enlace del documental De un segundo al siguiente del afamado director Werner Herzog. Encargado por la compañía telefónica AT & T, el cortometraje aborda esta situación, presentando los resultados de cuatro accidentes que acontecieron en diversos puntos de los Estados Unidos, los testimonios de las personas involucradas y sus reflexiones.

 

Pese a que se trata de un trabajo encomendado por una compañía telefónica, no deja de ser uno de esos grandes logros a los que nos tiene acostumbrado Herzog. Sin mostrar escenas sangrientas, suscita nuestra compasión y nos educa respecto a las consecuencias que existen cuando uno quita los ojos de la carretera para «textear». No se trata en ningún momento de buscar culpables. Tanto así que incluso los que provocaron los accidentes parecen haber sido víctimas de su propia estulticia.

 

De los cuatro accidentes el que más me impresionó fue el de un conductor que tras mandarle un mensaje de texto a su esposa embarazada, vuelve la vista al camino y en ese mismo instante embiste una carreta que transporta a una familia de amish. Mientras el conductor queda ileso, los ocupantes de la carreta, una mujer y dos niños, mueren en el acto. Transcurren unos meses y la esposa del conductor da a luz. Al poco tiempo la pareja recibe una carta del padre de la familia asesinada donde este los felicita por el nacimiento de su bebé y les pide que lo cuiden en el futuro. Ya al final, justo antes de pasar a la siguiente historia, Herzog le pregunta cuál era el mensaje que le había «texteado» a su mujer antes del accidente, y el conductor responde: «Te amo». 

 

Los amantes del móvil

 

Anais Nin decía que «escribimos para saborear la vida dos veces: en el instante y al recordarla». Hoy en día la vivimos y la escribimos simultáneamente. Lo peor de todo es que la vivimos distraídos y la escribimos con muchas faltas. Bueno, ni siquiera la escribimos, la «texteamos». Hace unas décadas el mundo virtual era un reflejo de lo que pasaba en la realidad, hoy aparenta ser lo contrario. Cada vez más se emprenden esfuerzos y proyectos pensando en el éxito en las redes sociales. Tendemos a socializar más con nuestros amigos cuando están conectados que al tenerlos cara a cara. En ocasiones, cuando «texteamos» solemos despedirnos diciendo «un abrazo» o «un beso», pero al tener a nuestros amigos enfrente ni se nos ocurre hacerlo.  Aquellos años en que escribíamos en blogs nuestras experiencias de viaje o subíamos a Facebook las fotos que habíamos tomado han quedado atrás. Ahora es tal la sincronía que no se puede establecer cuánto tiempo pasamos de viaje y cuánto conectados al mundo virtual.

 

Po otro lado, puede que todo esto no sea tan dramático. Quizás esa información que filtramos a diario a través de nuestros teléfonos inteligentes contribuya a validarnos y a otorgarnos una identidad. Tal vez para muchos esta validación sea importante y los motive a alcanzar sus aspiraciones, les dé gratificaciones y los colme de felicidad. Tan solo hay que pensar en redes sociales que pueden resultar motivantes como Instagram, donde se suele subir fotos sobre los progresos de dietas y los cambios de apariencia; en Goodreads, que te recomienda libros y te pone en contacto con otros lectores; en Dailymile, que monitorea las millas que corres a diario. Aunque hay una gran mayoría de oportunistas que se aprovechan de esto, como en el caso del alcalde que engatusó a sus seguidores de Twitter diciendo que estaba disfrutando de la lectura de Derek Walcott, cuando en realidad lo que disfrutó fue decir que estuvo ahí. Lo que me lleva a pensar que quizás exista la posibilidad de que siempre haya sido así y que estas conductas y comportamientos que consideramos novedosos y hasta excéntricos sean inherentes al ser humano, y que lo que realmente esté ocurriendo es que los dispositivos tecnológicos los hayan potenciado y sobredimensionado.

 

Recientemente se lanzó al mercado una aplicación denominada Tinder, que mediante el sistema de ubicación satelital –incluido en el dispositivo del teléfono– y la búsqueda de perfiles de Facebook localiza a las personas más parecidas al usuario. Así, con solo deslizar el dedo a la izquierda o a la derecha, los usuarios de esta herramienta pueden elegir a una persona con la que puedan «textear» en onda amorosa. Aquel chispazo romántico con el que nos enamorábamos ha sido sustituido por logaritmos y un sistema estadístico que logra identificar cuál es la persona que puede tener más afinidades con nosotros. Estamos a un paso de llegar a lo que retrata el director norteamericano Spike Jonse en la película futurista Her. En esta, Theodore, un hombre solitario a punto de divorciarse que trabaja en una empresa como escritor de cartas, adquiere un nuevo sistema operativo basado en el modelo de inteligencia artificial y diseñado para satisfacer todas las necesidades del usuario. Para nuestra sorpresa, se crea una relación romántica entre él y Samantha, la voz femenina del sistema operativo. Así como en la película, estamos abocados a ingresar de lleno en el mundo virtual y puede que en vez de «textear» con otras personas terminemos haciéndolo con nuestros propios teléfonos inteligentes.

 

Para concluir, quiero traer a colación un grafiti atribuido al artista inglés Bansky. Se titula Los amantes del móvil y fue realizado en la puerta de un bar de Bristol. Se trata de una pareja que se abraza apasionadamente mientras con las manos libres cada uno «textea» en sus respectivos teléfonos. La obra parece ser una parodia de El beso frente al Hôtel de Ville de Robert Doisneau y satiriza el amor en estos tiempos virtuales. El amor es sin duda alguna el concepto más poderoso que hemos creado. En ese sentido, puede que el grafiti nos esté aleccionando y sirva para advertirnos de lo que nos estamos perdiendo al estar tan distraídos. 

 

 

Frank Báez es editor de la revista Global

 
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