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Alice Munro, Nobel de Literatura de 2013

 

Muchos se asombraron cuando el pasado mes de octubre se anunció que el Premio Nobel de Literatura 2013 recaía en Alice Munro. La más sorprendida fue la propia autora canadiense. Inmediatamente se hizo el anuncio, la Academia sueca intentó   comunicarse con ella por vía telefónica, pero como eran las cuatro de la mañana en Ontario, se encontraba dormida y no tuvieron otro remedio que comunicarse con su hija para que la despertara y le diera la buena nueva. Sin embargo, esa noticia no fue la única sorpresa para Alice Munro. Cuando horas después, en una entrevista telefónica que le realizó la BBC se mencionó que era solo la decimotercera vez que una mujer recibía el Nobel de Literatura, ella volvió a sorprenderse y a preguntar cómo podía ser posible.

 

Pero Alice Munro no recibió el galardón para cumplir cuotas estadísticas de género. Como hizo público la Academia sueca, el jurado le entregó el Nobel por considerarla la maestra del cuento contemporáneo. «Tuvimos que esperar más de un siglo, pero por fin se le otorga un Nobel a una escritora de cuentos», comentó el novelista norteamericano Jonathan Franzen al enterarse de la noticia. Para Javier Marías, la escritora canadiense se encuentra a la altura de cuentistas como Chéjov, Maupassant y Borges. «Es algo maravilloso para mí y algo maravilloso para el cuento», respondió Alice Munro a la Fundación Nobel poco después de ser galardonada con el premio. «Suele minimizarse [el cuento] como algo que la gente hace antes de escribir una novela [...] Me gustaría que pasara a un primer plano sin ningún tipo de ataduras». 

 

Ese prejuicio ante el cuento lo tuvo la propia autora al principio de su carrera. Tras publicar dos volúmenes de cuentos empezó a escribir una novela, pero por más esfuerzo que hacía no lograba que le saliera tan buena como sus cuentos, los que se acostumbró a escribir en los intervalos que le quedaban entre cambiar pañales, limpiar la casa y cocinar. A pesar de las presiones del mercado y de sus editores, con el tiempo comprendió que no era necesario escribir novelas para hacer buena literatura. 

 

Nacida en 1931 en Ontario, hija de una profesora y un granjero, Alice Munro ha dedicado su talento literario a retratar la vida de los habitantes de los fríos poblados canadienses. Influida por escritoras como Katherine Anne Porter, Flannery O’Connor o Eudora Welty, su obra consta de trece volúmenes de cuentos de los cuales se han traducido al español los siguientes: Las lunas de Júpiter, Progreso del amor, Amistad de juventud, Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, Escapada, La vista desde Castle Rock y Demasiada felicidad.

 

Generalmente sus cuentos son extensos, evolucionan en el tiempo y se caracterizan por su sabiduría y su humanidad. Leyéndolos nos ponemos a replantearnos las decisiones que hemos tomado a lo largo de nuestras vidas. «Enamorarse, calentarse, engañar cónyuges y disfrutarlo, decir mentiras sexuales, hacer cosas vergonzosas por un deseo irresistible, hacer cálculos sexuales sobre la base de la desesperación social: pocos escritores han explorado esos procesos de forma más minuciosa e implacable», respondió la escritora canadiense Margaret Atwood cuando le preguntaron su opinión sobre  su compatriota.  Pensando un poco en esto y para homenajear a la nobel de este año, la revista Global ha convocado a una serie de escritores y lectores latinoamericanos para que nos cuenten cómo se acercaron a su obra, qué cosas les han impresionado y cuál de los cuentos les resulta el más memorable. A continuación Leopoldo Brizuela, Cindy Jiménez, Camilo Castillo-Rojo, Alejandra Costamagna, Inés Bortagaray y Miguel Ángel Azanos comentan las experiencias que han tenido con los cuentos de Alice Munro.   

 

Leopoldo Brizuela (escritor argentino)

 

Llegué a la obra de Alice Munro por casualidad. Tengo miedo a los aviones. Tenía que tomar varios, una tarde tormentosa, en los Estados Unidos. En la librería del primer aeropuerto, el único libro verdaderamente literario era Too much happiness, de Alice Munro. Lo compré simplemente por eso, y para ver si me distraía. Y lo hizo. Empecé a leer el primer cuento Dimensions, en la sala de espera, y seguí leyéndolo mientras subía al avión, cuidando de que la lluvia no arruinara sus páginas, y seguí leyendo durante todo el vuelo y cuando al fin el avión cimbró, no me di cuenta de que había aterrizado. No se me ocurre mejor ejemplo de su poder de atracción sobre mí.

 

Dimensions, precisamente, es mi cuento favorito. Quizá porque implicó para mí el descubrimiento de una obra que seguí leyendo y releyendo diariamente, con el cuidado de quien estudia mucho más que lecciones literarias. Pero es sin duda su mejor cuento y uno de los grandes relatos que se hayan escrito. Valiéndose de personajes y escenarios de apariencia perfectamente ordinaria, con una contención y una ausencia de énfasis que recuerda (engañosamente) al minimalismo, Munro desarrolla un argumento digno de cualquier tragedia griega. Una mujer vuelve a visitar a su exmarido –que mató a los tres pequeños hijos de ambos– en el psiquiátrico-cárcel en que está internado. Ni ella misma puede explicar ese deseo, y acompañarla en la búsqueda que implica obedecer a ese deseo nos premia con una alucinante revelación sobre todos nosotros.

 

Me parece estupendo que le hayan entregado el premio Nobel. Cuando escucho esas discusiones inacabables sobre quién debería haberlo ganado, o sobre las razones para premiar (tantos comentarios indignados, debo decir, porque se le haya concedido a una mujer), siento que no se pone el foco en lo más importante: la difusión mundial de una obra que posibilita el premio. La consolidación de la literatura en general: ese diálogo desde el silencio del autor al silencio del lector, buscando en lo no dicho para generar palabra y pensamiento. Munro es, además, una maestra de la forma y una innovadora. Ha llevado al cuento a un estadio distinto. Imagino pocas obras tan capaces de generar más literatura. Así como me gusta rastrear en las diversas literaturas a los discípulos de Antón Chéjov (del cual Munro es una de los más brillantes), me encantaría ver cómo se va propagando la influencia de esta escritura única, en una época, por lo demás, en que la lectura y la literatura parecen tan combatidas.

 

Cindy Jiménez (escritora puertorriqueña)

 

Vi la película Away from Her (Lionsgate, 2006), basada en un cuento de Alice Munro, The Bear Came Over the Mountain, a principios del 2007, año en que me casé.Le venía huyendo al matrimonio desde hacía mucho. Igual,quería ver a Julie Christie en otra historia doméstica, pero menos rusa. Busqué el texto en Internet a ver si me gustaba más que su adaptación cinematográfica. Creo que lo había publicado la revista The New Yorker y debía uno estar suscrito para acceder al archivo digital. Conseguí leer el cuento sin pagar suscripción alguna, creo que tuvo algo que ver con tener acceso a bases de datos. Su lectura me emocionó mucho. Los protagonistas, Fiona y Grant, casados desde hace más de cincuenta años, enfrentan el alzhéimer de ella, entre otras situaciones de la vida en pareja. Más que la historia del matrimonio longevo, me conmovió la artesanía de la construcción de los personajes, sin emitir juicio hacia ninguno. De igual modo, la forma de contarnos la condición humana utilizando los detalles más pequeños: arrugas, una cafetera, las manchas en el piso. Entré a Amazon y, tarjeta en mano, encargué algunos de sus libros: Hateship, Friendship, Courtship, Loveship, Marriage: Stories; Runaway; The Love of a Good Woman; Lives of Girls and Women, entre otros títulos. Ese año leí a Munro con fanatismo. De más está decir que me gustó más el texto que la película, y que aún después de leer a la escritora canadiense y verme reflejada en esa travesía de líos terriblemente humanos y personajes grises, a fin de año me casé. El 2007 trajo buenos descubrimientos: mi aceptación de la vida doméstica, y una gran escritora que no temía hacer literatura de eso.

 

Hace poco mi esposo me regaló Dear Life, su libro más reciente, del cual distingo Gravel. En este relato, como en todo buen cuento de Alice Munro, hay dos historias: en la primera, una mujer recuerda cómo, de niña, su hermana mayor muere ahogada, y en la segunda, la madre de ambas cambia un matrimonio estable por una vida hippie al lado de un hombre de quien se ha quedado embarazada. Las consecuencias son demasiado pesadas para todos los personajes de la historia. Me atrevo a incluir al lector. El giro final, con todas las tragedias posibles, apunta, sin embargo, a la felicidad. Y ya que menciono un cuento del último libro que leí de ella, debo mencionar otro del primero que llegó a mis manos, Hateship, Friendship, Courtship, Loveship, Marriage: Stories, titulado What is Remembered. Como es de imaginar, es un cuento sobre una mujer casada que tiene una relación extramarital. Lo que lo hace grande, sin embargo, es su uso del lenguaje poético en pequeñas dosis. Frases como «youthful necks in knotted ties»parecen versos. Además de contar una buena historia, dominar la forma y lograr un final sorprendente, este texto me enganchó por lo sublime del lenguaje poético en su narrativa.

 

Este año le dieron el premio Nobel. Así que todo el mundo se confesará lector de la narradora canadiense. Me gustaba más leer a Munro cuando muy pocos de mis pares lo hacían.A una grande como ella, no le hacía falta. Los premios literarios, así como cualquier otro, son sospechosos por muchísimos motivos: subjetividad, star system, criterio dudoso, entre otros. Tiene que ver con el acto de aceptar un premio y respaldar con esa acción a la entidad que lo otorga (la política y los intereses del mercado). Los premios no hacen a un escritor. Le dan cierto estatus de celebridad por un breve momento. En algunos casos hacen que entren al canon (debatible en estos tiempos). En ese sentir, tampoco garantizan la inmortalidad o el olvido. Pienso en los ojos de Fiona.

 

 

Camilo Castillo-Rojo (escritor colombiano)

El Pregrado de Creación Literaria, la Maestría en Creación Literaria y Taller de Escritores de la Universidad Central de Colombia tienen una actividad de extensión académica llamada Noche de Narradores, que consiste en dedicar una noche un par de horas a hablar de un autor y una de sus obras. En marzo de 2012 alguien, todavía no sé quién y de verdad quisiera saberlo, porque sigo agradecido con él o ella, sugirió que leyéramos algo de Alice Munro –una escritora canadiense bastante desconocida en Colombia pero que parecía tener reconocimiento en países angloparlantes– y que, como usualmente se hacía, hubiese un par de conferencistas que comentaran su obra. Por suerte fui elegido para ser uno de ellos. El libro a discutir fue El amor de una mujer generosa (2002). También, por suerte, mi compañero de mesa fue el ensayista y traductor mexicano Daniel Orizaga, con quien pude apreciar más y mejor las ideas de Munro. Entonces, puedo decir que llegué a Alice Munro por muy buena suerte.

 

Seleccionar un solo cuento de Alice Munro..., ahí sí la pusieron difícil. Estoy tentado de decir El amor de una mujer generosa, cuento de ochenta páginas que le da título al libro, desarrollado con tal cuidado que te sientes a veces deslumbrado por la capacidad de precisión de la autora. Pero en ese libro, de otra parte, hay un cuento que me encanta, tal vez me obsesiona, se llama El sueño de mi madre. Es una historia narrada en primera persona (ojo con quién es esa primera persona) que cuenta la historia de Jill, quien tuvo una relación con un aviador que fallece en una práctica aérea en el marco de la Segunda Guerra Mundial. La mujer, que en aquel momento está embarazada, debe irse a vivir con la familia de su fallecido esposo, ya que no cuenta con más parientes y porque sus cuñadas no quieren que pase sola el embarazo. La historia entonces se empieza a tejer alrededor de las complejas relaciones con la familia política y del nacimiento del bebé, el cual pone en una situación muy complicada a la madre. Pero leído así parece demasiado dramático y la verdad es que el cuento tiene pinceladas de humor, de ironía estupenda. Los personajes de las cuñadas y la suegra están tan bien construidos, son tan contradictorios e intensos, que creo que todo lector debería echarles una mirada para ver cómo es posible llegar a grandes profundidades psicológicas en el cuento. La escena en que Jill intenta callar a su bebé es para aplaudir de pie. Hay que leerlo. De verdad.   

 

Estoy feliz de que le hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura. Siento como si se lo hubieran dado a una amiga de la familia, a una tía, a una persona supertalentosa y trabajadora que merecía el reconocimiento internacional. Y es que cada vez que leo a Alice Munro me sorprendo y la admiro más. Me pasa que siento familiares sus historias, como si esa gente de la que hablara fueran mis conocidos del barrio, aunque vivan en Ontario o en la isla de Vancouver, pero su forma de contar las historias me hace sentir parte de ese paisaje. Creo que eso caracteriza a los grandes escritores: no te sientes excluido de sus historias, sino que te invitan, te hacen parte de ellas, te conmueven, te hacen pensar y te animan a leer, y, sobre todo, te estimulan a aprender a escribir como ellos. 

 

 

Alejandra Costamagna (escritora chilena)

 

Si no me equivoco, llegué a la obra de Alice Munro por recomendación de Diego Zúñiga, que además de ser un estupendo escritor (Camanchaca) es un gran, gran lector, y conoce muy bien mis gustos literarios. Puede que hayamos estado hablando de Carson McCullers, de Grace Paley, de A. M. Homes, de Lorry Moore. Y en medio de esa fascinación por la inteligencia verbal de estas autoras norteamericanas surgió el nombre de Alice Munro. Entonces corrí a comprar sus libros, y desde el primer cuento que leí supe que habitaba el mismo planeta de las norteamericanas mencionadas más arriba. Me interesa mucho la escritura de estas mujeres que rompen los estereotipos y los encasillamientos de lo femenino. Me interesa la libertad en sus miradas, el desparpajo, la incorrección política. Me gustan los cuestionamientos que hacen, su capacidad profundamente reflexiva sin que se conviertan en ladrillos; sin que la teoría se las coma. Y me gusta, sobre todo, ese empalme entre lo doméstico y lo sarcástico.

 

No sé si es el favorito, pero uno de los cuentos que más me gusta es Ver las orejas al lobo (The bear came over the mountaines el título original). La historia de un hombre que experimenta la paulatina pérdida de memoria de su esposa en un hogar de ancianos es también el eco de una historia de felicidad y catástrofe. El cuento, que pertenece al volumen Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, está construido a partir de capas sobre capas, de tramas paralelas donde vamos adorando y reprobando simultáneamente a los protagonistas. Es decir, donde vamos conmoviéndonos y comprendiéndolos en su complejísima humanidad. Porque los personajes de los relatos de Munro parecen estar a la espera de algo que les cambiará la vida, aunque sepan que ese algo no existe. Y eso mismo esperamos nosotros en Ver las orejas al lobo, aun saliendo que ya todas las cartas están jugadas y que nada, nadie, nunca les cambiará la vida.

 

Me parece fabuloso que le hayan dado el Nobel a Alice Munro. En cierta forma, es también un premio al cuento como género. Pero no cualquier cuento, sino aquel cargado de humanidad que da estatuto universal a las épicas mínimas, casi imperceptibles para el resto. Uno de los grandes valores de Munro, para mí, es el modo en que ilumina los rincones más opacos de la cotidianidad. Y todo sin alarde, con extrema sutileza, en la esfera del día a día. Me interesa cómo lo anodino, lo banal incluso, se instala con su peso propio. Sus cuentos son miniaturas de novelas (novelas depuradas de ripios, diría Quiroga), perfectamente calibrados entre la emoción inmediata y la distancia temporal. El tratamiento de las distintas voces que articulan sus historias, el manejo de la temporalidad, los silencios, la progresión imprevista, los comienzos, los finales: parece que Munro esculpiera sus relatos, además de escribirlos.

 

Inés Bortagaray (escritora uruguaya)

 

Llegué a la obra de Alice Munro por una amiga. Siempre: el tráfico de libros entre los amigos es una fuente inagotable que alimenta el prontuario de gustos, aprendizajes y afines. Los libros circulan así, casi furtivamente. Y muchos llegan y te cambian la vida. No la he leído toda. Me faltan varios libros. Puedo hablar de Demasiada felicidad, y ahí quedó más prendido que los otros el cuento Pozos profundos. Ese idilio bucólico que de pronto da pie al horror. El horror que luego persiste y se hace costumbre en la lejanía, la perdición, la identidad trastornada, una voluntad de emanciparse de lo sanguíneo (el hijo), el respeto, el dolor, la aceptación del gesto emancipado (la madre). El cuento se lee con placer y dolor, como si uno mascara despacito y con una sonrisa extasiada un bouquet de bombones de chocolate con limadura de vidrio.

 

Sobre el premio Nobel, festejé como si por una vez hubieran ganado los buenos. Me había escandalizado con la noticia de un eventual ataque a Siria comandado por Obama, Nobel de la Paz. Luego me había preguntado por qué me molestaba tanto el asunto si en el fondo no sigo los pormenores de los premios intentando encontrar ahí alguna clase de justicia. Pero se ve que sí me importa, pues debo decir que celebré que esta escritora fuera reconocida. Eso significa que se va a leer mucho. Esto ya se ve en las vidrieras de todas las librerías. Y acaso leer esos cuentos haga que las cosas sean un poquito mejores. 

 

Miguel Ángel Aza (periodista dominicano)

 

La conocí a través de uno de los tantos blogs de literatura que acostumbro a leer con regularidad. Allí di con una excelente reseña sobre algunos de sus libros, luego, buscando en Internet, leí una excelente entrevista que le realizaron en 2008 o 2009. Busqué y busqué en las librerías sus libros de cuentos sin mucha suerte. Hasta que un diciembre me topé en una librería de la ciudad, que ya cerró sus puertas, con su libro Runaway (Escapada). Salté de alegría al verlo en el anaquel y sin pensarlo mucho me lo regalé por las fiestas de Navidad. De España me trajeron otro de sus magníficos libros, Secretos a voces.

 

De sus cuentos, me gustaría seleccionar más de uno porque son deslumbrantes por su belleza y levedad de estilo, la ironía y compasión con que están perfilados los personajes y, sobre todo, por la magistral estructura que sostiene sus relatos, pero me limitaré a escoger uno: Escapada,que es el cuento que da nombre al primer libro de Alice que leí. En este cuento, una joven mujer decide dejar a su pareja con la ayuda de una vecina, pero cuando va rumbo a su nuevo destino decide regresar a casa con su complicado marido. Sí, parece un argumento sencillo, pero en manos de Alice lo aparentemente cotidiano y banal rebosa de principio a fin de emociones, sentimientos y una profundidad tal que la historia trasciende el microcosmos en que sitúa a sus personajes y nos arropa el alma, la mente, los sentidos Me impresionó tanto que paré deslumbrado a mitad de la narración, salí de casa y me fui un momento a caminar mientras me preguntaba: «¿Cómo esta mujer logra escribir de esa manera? ¿Por qué le hace esto a mi corazón? ¡Esto es terrorismo doméstico!».

 

Me lleno de alegría que se le otorgara el Nobel de Literatura, ya que era mi candidata favorita desde hace unos años. Sentí «demasiada felicidad», como el título de uno de sus libros. Creo que este premio a Alice Munro es un reconocimiento a los grandes narradores de relatos contemporáneos que nos revelan nuevos mundos y aspectos recónditos de la condición humana valiéndose de estructuras y puntos de vista novedosos. Me alegra que ahora su obra esté expuesta a un mayor número de lectores de todo el mundo y que sea celebrada como una de las autoras más trascendentales de nuestros tiempos. Larga vida a su obra que vista desde mi íntima morada de lector es como la vida misma.

 

 
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