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Entrevista a Marcos Cabrera

por Rab Messina


«En Nueva York, a raíz de estar expuestos al mapa del metro tan frecuentemente, los neoyorquinos saben cómo se ve su ciudad desde el cielo, esa topografía. A nosotros no nos han dado ese refuerzo con los límites de Santo Domingo».

Algunas ciudades, megalópolis en su mayoría, se han desarrollado con tal densidad que muchos de sus vecindarios son microciudades autocontenidas, con personalidades diferenciadas: la Manhattan de Tribeca y la Manhattan de Washington Heights parecen existir en dos países distintos; a Jean-Pierre Jeunet no se le hubiese ocurrido ambientar su más conocida comedia romántica en el distrito 8 de París en vez de en el 18; las colonias Polanco y Condesa son los parques de diversiones de la clase pudiente del Distrito Federal mexicano, solo que la primera es para los niños bien y la segunda para los niños bien hipster.

¿Es posible decir lo mismo de la Primada de América? Con excepción de Gazcue y la Zona Colonial, con una funcionalidad que viene heredada de siglos de historia, y quizá de Piantini y Villa Consuelo, por su actualidad comercial, los vecindarios del Distrito Nacional son una masa homogénea en cuanto a personalidad: ¿Cómo se puede distinguir, con frialdad, la vocación del Ensanche La Fe de la del Ensanche Quisqueya? ¿Son casi intercambiables? ¿En qué abstracción piensa un capitaleño, de los aproximadamente 10,000 por kilómetro cuadrado que habitan el territorio de Yeni Berenice, Roberto y Reinaldo, cuando se le dice «Bella Vista», «Honduras del Norte», «Domingo Savio», «Los Restauradores», «La Agustina»?

Ahí entra el publicista y artista audiovisual Marcos Cabrera Díaz (1975): con excepción de su paso por la escuela de Altos de Chavón, en la República Dominicana su hogar siempre ha sido el Distrito Nacional. Ahí nació y creció; ahí labora como director creativo en El Taller –el enclave del Viejo Arroyo Hondo que encabeza Mario de Ferrari– y como la mitad del dúo sonoro-musical MaPo; ahí vive con su esposa y su hijo. Y de ahí surgió la inspiración para explorar, a través de una edición limitada de serigrafías, la voz de los vecindarios que han sido parte de su historia personal de ocio, de aprendizaje, de residencia, de trabajo.

Con «Es por aquí», una exposición abierta al público entre diciembre del 2014 y enero del 2015 en ArtRoom, Cabrera estudia visualmente el perímetro de una veintena de vecindarios, asignándoles a sus respectivos mapas una carta de colores según la personalidad que percibe en cada uno. Y así, de visita por la sala, discutimos sobre las partes del todo casi amorfo en el que nos toca vivir.

Veo que entre las serigrafías tienes a los sospechosos usuales: Bella Vista, la Zona Colonial, Gazcue. ¿Por qué no está, por ejemplo, CaPra, el binomio residencial formado por La Castellana-Los Prados? ¿En qué basaste tu selección?

Dentro del Ensanche Quisqueya está el Evaristo Morales. Tal vez CaPra sea como un Evaristo Morales, que se encuentre dentro de un todo más grande.

¿Y por qué el Evaristo, con la relativa importancia que tiene, no se merece su propio mapita? El Evaristo y el Ensanche Quisqueya podrían ser hasta incompatibles.

En realidad, esa selección fue en parte aleatoria. Tengo dos años trabajando este proyecto, explorando Google Maps, tratando de visualizar las delimitaciones geográficas de los vecindarios. En ese momento estaba viendo mucho, en tiendas de diseño y blogs de ilustración, cómo muchos artistas internacionales habían desarrollado mapas de Brooklyn, de Amsterdam, de Manhattan. Eso me puso a pensar: ¿Y por qué no de Santo Domingo?

En mi tiempo libre, entonces, como me cuesta tanto quedarme quieto, comencé a consultar los datos de geoestadística barrial de la ONE para hacer una comparación entre lo que veía en Google Maps, infinito y sin límites, y la delimitación real de los vecindarios. Ahí comencé a dibujar los perímetros, el mapa de cada uno, asignándole colores casi de manera aleatoria.

¿Cómo fue ese proceso?

Escogí una paleta de cuatro colores, usando degradaciones con fines estéticos, pero la idea es que transmitieran una sensación caótica, como la ciudad en sí. Hay excepciones, claro: en el Jardín Botánico, por ejemplo, utilicé mucho más verde que en otros lugares, por razones obvias.

Mencionaste los mapas artísticos de Brooklyn como una de tus inspiraciones, pero, de por sí, ese es un distrito heterogéneo: está Williamsburg, tanto un epicentro como una caricatura de la vida hipster; Park Slope con las aceras llenas de cochecitos de diseño; Greenpoint con sus polacos poco a poco desplazados por la gentrificación causada por jóvenes artistas. Aquí no hay tanta personalidad por vecindario... ¿O me equivoco? ¿No te pasa que cuando vienen extranjeros y te piden ir al vecindario «con onda» te quedas en blanco?

Los llevo a la Zona Colonial (risas). Por eso me enfoqué, primero, en lo funcional: delimitar los barrios, asignarles una forma a esos límites, trabajando con Naco, Bella Vista, Gazcue, la Zona Colonial. Sin embargo, pasó algo interesante durante este ejercicio: muchos reconocemos el mapa de la Zona Colonial, porque lo hemos visto en los volantes para turistas, pero casi nadie reconocía la forma a escala del Paseo de los Indios, que es como se llama el Mirador según las fuentes oficiales. Trabajando con el mapa del Julieta descubrí que ese nombre era en realidad Julieta Morales. ¡No tenía idea!

[Nos ponemos a explorar el mapa del Julieta, y a ambos nos toma un tiempo encontrar las calles principales, quedando así demostrada su hipótesis de que el capitaleño no está acostumbrado a ver su ciudad a escala].

Tomando en cuenta este ejercicio que acabamos de hacer, ¿cómo han reaccionado los visitantes ante la exposición? ¿Ha sido algo similar?

Estas piezas inician conversaciones. Lo primero que dicen es: «Déjame buscar el mío». Cuando lo encuentran, comienzan a explorar y a tratar de encontrar las calles, y pueden durar hasta cinco minutos en cada mapita. Y lo más interesante, algo que me superó, es que al tener por primera vez estos mapas plasmados delante de sí mismo, sucedió algo casi conceptual: la gente comenzaba a ver objetos y figuras en las siluetas, desde ositos hasta perritos, una mano agarrando algo, una corbata. Era como un test de Rorschach de tu vecindario.

[Marcos saca, de imprevisto, un cojín de 20 pulgadas por 20 pulgadas con el mapa de la Zona Colonial impreso en colores vívidos. Mi reacción es similar a la de un turista que, tras subir las casitas coloridas de la Hostos, se encuentra sin esperarlo con una actuación del Grupo Bonyé en las Ruinas de San Francisco un domingo al atardecer.]

Esa misma reacción que tuviste tú la ha tenido todo el mundo al ver este cojín. Es una señal de que objetos como este hacen falta en el mercado local, y que gustan. Fue un experimento, pero después de esta respuesta positiva estoy pensando trabajarlos en telas diferentes, en técnicas diferentes... quizá bordado, quizá otros sectores.

En uno de mis programas de YouTube favoritos, Tiranos temblad, tienen el chiste recurrente de compartir imágenes de gente que encuentra el mapa de Uruguay en distintos sitios: en una mancha de agua, en una milanesa, en una piedra. Nosotros conocemos el mapa de la isla y la media isla casi por ósmosis, pero... ¿crees que tenemos ese nivel de familiaridad o conexión con el mapa del Distrito Nacional o del Gran Santo Domingo?

Los tengo armados a raíz de este proyecto, pero antes no los conocía. Imagínate, si nosotros ni sabíamos que esta era la forma del Mirador del Sur. En Nueva York, a raíz de estar expuestos al mapa del metro tan frecuentemente, los neoyorquinos saben cómo se ve su ciudad desde el cielo, esa topografía. A nosotros no nos han dado ese refuerzo con los límites de Santo Domingo. Pero nosotros, siendo de aquí, no utilizamos muchos mapas —un extranjero que venga mucho a la ciudad quizá sí lo tenga en la memoria, a razón de usarlo tanto—. Es algo cultural: cuando uno pide una dirección en la calle, te dicen «es por allí, es por aquí, es por allá». De hecho, de ahí viene el nombre de esta exposición.

¿Por qué crees que no tenemos ese reconocimiento espacial de la ciudad?

Por la necesidad. La gente sí reconoce el mapa de la Ciudad Colonial, como habíamos hablado, y es sencillamente porque existe una necesidad y se ha suplido. Nosotros, por temas culturales y de transporte urbano, no hemos necesitado mapas divididos de la ciudad hasta ahora. Uno no se imagina muchas cosas de los vecindarios, estando dentro de ellos. Por ejemplo, no sabía que el Ensanche Quisqueya respetaba una cuadrícula. Pero después de investigar sobre los vecindarios, me quedé con la mayoría del Polígono Central, básicamente por un tema de público. Hay sus excepciones, sin embargo: a Miramar lo escogí por la forma resultante del mapa... Los Jardines termina siendo un corbatín a punto de hacer un lazo. También está Ciudad Nueva por su importancia para la ciudad que es Santo Domingo hoy, aparte que me ata a ella un lazo de amistad, porque tengo muchos amigos que residen ahí, e hice este mapa con ellos en mente.

Me da muchísima risa esta casualidad: viendo el mapa de Los Cacicazgos, me doy cuenta de que se parece a Manhattan.

A mí ese mapa me parece un cuchillo (risas). Al no tener los nombres de las calles, y ser meramente gráfico, son imágenes geográficas en donde puedes ver lo que quieras proyectado.

Aquí, con tanta homogeneidad geográfica, es difícil ver dónde comienzan y dónde terminan esos vecindarios. Yo, a esa zona nebulosa formada por Serrallés, Piantini y Naco, le llamo Serratinaco.

Sí, eso da grima. Yo soy muy visual, y los edificios de esa zona me desesperan. Lo mismo pasa en el Evaristo, donde las esquinas se han vuelto feísimas, con cemento, cemento, cemento. Hay muchísima tierra disponible, pero todos quieren estar en el centro de la acción. Pero, afortunadamente, también siento que la ciudad está creciendo y se está diferenciando. Por ejemplo, yo ahora vivo en Arroyo Manzano, próximo al río Isabela y la Jacobo Majluta. Y fíjate, ahora con la llegada del nuevo complejo de la Embajada de Estados Unidos, las zonas cercanas han crecido mucho residencial y comercialmente: claro, estos primeros negocios han sido de parqueo, de fotocopias, de fotografías 2x2 y de cuidado de celulares (risas), pero ya también tenemos escuelas y colegios, sitios de comida. Tenemos cuatro colegios buenísimos ahora mismo por allá. Ese vecindario va a estar influenciado, en parte, por la llegada de esta Embajada, y de muchos profesionales jóvenes, y eso va a marcar su personalidad.

Dirías que, en el Caribe, ¿la verticalidad habitacional es incompatible con la belleza?

No, pero debe encontrar un equilibrio para no desbordarse, porque hay más espacio inhabitado que se puede poblar.

A vista 1:1 es difícil darse cuenta de esos cambios, en el día a día, pero a vista 1:500 es más fácil. Con Gazcue, en retrospectiva, ahora es que nos hemos dado cuenta del daño que ha sido importar las torres a ese vecindario.

Con todo y que estaba prohibido. Gazcue fue uno de los vecindarios que primero se vendió —yo ofrezco cinco copias de cada pieza, y ya de Gazcue solo queda un ejemplar—. Eso te habla del amor y el apego que existe hacia ese vecindario, de la gente cercana a mí que tiene siglos viviendo ahí o que creció ahí.

Gazcue era un útero para muchos artistas, básicamente.

Son personas de mi generación que estudiaron en La Salle, que surfeaban en Güibia, que tienen una sensibilidad común. Hay gente que viene y me dice: «Yo vivo en Arroyo Hondo, pero mi familia es de Gazcue». A mucha gente le queda ese sello. Ahora, como decía antes: hay mucha gente que quiere seguir estando en el centro de la acción, creciendo verticalmente. En Santo Domingo hay tierra, solo es cuestión de crecer horizontalmente. ¿No hay gente que vive en Connecticut y trabaja en Manhattan? Aquí hay quienes viven en San Cristóbal y trabajan en el Distrito Nacional. ¿Para qué hacer una torre en Gazcue si la ciudad se puede expandir o rellenar las zonas menos densas, y con eso crear olas de demanda que cambien la cara de Santo Domingo positivamente? Todo es oferta y demanda.

Pero eso es a nivel nacional: RD es macrocefálica, porque la capital concentra una enorme parte de su producción económica; porque fuera del Monumento de Santiago, no tenemos íconos arquitectónicos que distingan al país.

Sí, nos convendría soltar presión a la capital y distribuir mejor, tanto a nivel de ciudad como a nivel nacional.

[Marcos me muestra el libro que le sirvió de ayuda conceptual, una escueta obra hecha por el Ayuntamiento del Distrito Nacional en los setenta, sencillamente bautizada como Calles de Santo Domingo, en donde se ofrece un listado de los nombres de las vías y sus personajes epónimos.]

Betania... Pedro Benoit... Boy Scouts... Ahora que pienso en la letra b, veo que ya que en el español local la palabra barrio tiene una connotación tan negativa, eso nos ha quitado una herramienta de cohesión y conexión territorial. Estamos en el Viejo Arroyo Hondo ahora, y... ¿esto qué es? ¿Un vecindario? ¿Un sector? ¿Verdaderamente usamos esa palabra en el hablar coloquial?

Yo coloquialmente digo «vivo en...». Si digo «vivo en el barrio tal», me miran extraño. Aparte del elemento clasista quizá explica por qué le queremos poner torres a todos los lugares, para quitarles la remota posibilidad de que la gente pueda pensar que es un barrio.

Tú también tienes un lado musical, de DJ. Siguiendo esa línea, ¿a qué música suenan tus vecindarios favoritos?

Bella Vista me suena a los merengues viejos de Wilfrido Vargas y a Rita Indiana. El Ensanche Quisqueya me suena a Metallica y Megadeth; Arroyo Manzano me da bachata; Paseo del Indio The Cure; y Gazcue, lógicamente, tiene a «Gazcue es arte», como banda sonora.

¿Y adónde piensas llevar los resultados de esta primera exploración?

A hacer un logo de cada vecindario, de cada barrio. Vi un proyecto personal, de branding, de una diseñadora que le está haciendo un logo diferente a cada uno de los 10,000 lagos de Minnesota. Con esto no me estoy inventando el agua tibia, pero con un proyecto así se podría hacer el ejercicio de, a través de la tipografía y la identidad visual, analizar la personalidad de cada división de la ciudad.

Rab Messina es periodista egresada de la New York University y especializada en investigaciones de branding y desarrollo económico.

 

 
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