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El estilo Chávez

 

Por Jaime Porras Ferreyra

 

Dios o demonio. Carismático o arlequín. Origen o solución de todos los problemas. Gracia o petróleo a raudales. Naturalidad o maestría del cálculo. Hugo Rafael Chávez Frías ha provocado en sus años en la presidencia, e incluso después de muerto, las más distintas opiniones y reacciones dentro y fuera de Venezuela. Si bien las decisiones políticas tomadas por el líder bolivariano y su legado ideológico han polarizado las relaciones entre los venezolanos, un aspecto toral de la percepción de Chávez como figura política tiene que ver directamente con su personalidad y con su presencia mediática. Actor singular en la historia política latinoamericana, Hugo Rafael supo construir a lo largo de su vida una imagen impregnada por orígenes geográficos, influencias teóricas, preferencias culturales, manejo del discurso, decisiones unilaterales y omnipresencia en los medios. Maestro de la improvisación y enemigo del protocolo, Chávez escapa de los moldes del político tradicional, haciendo que su personalidad tuviese tanta importancia como sus acciones en el poder. Para comprender el «estilo Chávez», es necesario adentrarse en la biografía del líder bolivariano, estudiar con detalle diversos aspectos de su actuar, analizar las particularidades culturales de Venezuela, abordar la importancia que el líder le atribuía a los medios y constatar su sombra. 

 

Sabana, Bolívar y cuartel

 

Hugo Rafael Chávez Frías nace en Barinas, en el corazón de los llanos venezolanos, el 28 de julio de 1954. Es hijo de dos profesores de primaria y segundo de los seis hermanos que procrea la pareja. Es criado desde temprana edad por la abuela paterna, la cual habría de ocupar un lugar privilegiado en el corazón de Chávez. Asiste a la escuela con fervor y ayuda a la abuela en la manutención del hogar vendiendo diversos productos. Desde niño da muestras de sensibilidad artística ya sea cantando o con el pincel. También auxilia al cura del pueblo como monaguillo y ríe y llora con las películas mexicanas. El cariño a Barinas –su Macondo- sería un rasgo distintivo de la personalidad de Chávez. Convierte sus circunstancias geográficas en un acontecimiento de orden simbólico. Se afirma ante todo siempre como llanero: tierra de mitos y medias verdades, donde conviven caballos y fantasmas, bandoleros y terratenientes a ritmo de joropo. Desde esos años comienza a mostrar una admiración desbocada hacia Simón Bolívar. «En vez de Superman, mi héroe era Bolívar», declara en una entrevista en los años noventa. Se esmera en la adolescencia en mejorar su ortografía y lee cualquier cosa que le llegue a las manos. En esos años José Esteban Ruiz, historiador venezolano afincado en Barinas, se convierte en una especie de guía literario para Chávez. Maquiavelo, Juan Ramón Jiménez, Rousseau, José Rafael Pocaterra, Marx, entre otros, son leídos con interés por el joven llanero. En 1971 ingresa al Ejército, en donde gana simpatías entre sus camaradas y superiores por su facilidad para el chiste y la canción, el interés por la política y un talento natural para el béisbol. En 1975 obtiene el grado de subteniente. Cursa estudios en ciencias y artes militares y posteriormente comienza una maestría en ciencias políticas que nunca llegó a concluir.

 

Además del bagaje cultural de los llanos, Chávez se nutre conviviendo en el cuartel con muchachos provenientes de todas las regiones de Venezuela y se da tiempo para conocer bien Caracas. Prosigue devorando poesía, estrategia militar y clásicos de la literatura universal. Entonces lee con fervor una obra que lo marcará de por vida: El papel del individuo en la historia, del pensador ruso Georgi Plejánov. Participa en distintos eventos como maestro de ceremonias y se gana el cariño de la gente cada vez que es enviado por sus superiores a distintos poblados de Venezuela. Durante esos años va moldeando su visión de la política con distintos hombres e ideas: Fidel Castro, Ernesto Guevara, la teología de la liberación, los héroes patrios venezolanos como Bolívar y Ezequiel Mora, Perón y Lázaro Cárdenas, Clausewitz, los líderes del mundo árabe y de igual manera se ve influenciado profundamente por los regímenes militares de Omar Torrijos y Juan Velasco Alvarado.

 

Está convencido de que la vida le tiene reservada una misión fundamental en la historia de su país. Desde esos momentos resalta un elemento cardinal en Chávez: su obsesión por el poder, entendido este no solo como instrumento de transformación social sino también como trampolín para la inmortalidad. Comenta sin rubor a sus compañeros de armas que es necesario organizarse para pasar a la acción. Algunos no lo toman muy en serio, pero otros se unen a sus planes y trabajan poco a poco en proyectos para la victoria política. En 1982 Chávez y otros oficiales fundan el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, en honor al natacilio de Bolívar dos siglos atrás. En un acontecimiento que confirma la importancia que tienen para el llanero los símbolos y lo mítico, el movimiento nace bajo un juramento hecho por sus fundadores a los pies del Samán de Güere, famoso árbol utilizado como punto de reunión por varios próceres de la independencia venezolana. Diez años después, los miembros del movimiento intentan sin éxito dar un golpe de Estado.

 

Hiperactivo, poco proclive al sueño –se asegura que duerme como máximo cuatro horas por noche–, adicto a la nicotina, a la cafeína, amante del béisbol, los libros, la canción y el café cerrero,  Hugo Rafael tiene un gusto muy acentuado desde la adolescencia: la pasión por las mujeres. «Se enamoraba hasta de una escoba con faldas», comenta con picardía un antiguo compañero de estudios militares. Los amigos de la infancia aseguran que se le conocieron muy pocas conquistas. Al parecer se le consideraba un muchacho poco agraciado físicamente. Contrae matrimonio en 1977 con Nancy Colmenares con quien tiene tres hijos: Rosa Virginia, María Gabriela y Hugo Rafael. La unión dura 15 años y en 1997 vuelve a casarse, esta vez con la reportera Marisabel Rodríguez, procreando con ella a Rosa Inés. En el año 2000, en su programa Aló, presidente y en el marco del Día de San Valentín, Chávez pronuncia una frase cargada de testosterona que daría la vuelta al mundo: «¡Marisabel, prepárate que esta noche te voy a dar lo tuyo!». El matrimonio concluye luego de seis años de relación. Desde esa fecha, su antigua pareja pasa a formar parte del bando antichavista. Se comenta, sin embargo, que en realidad la gran pasión de Chávez entre los dos matrimonios es Herma Marksman, intelectual venezolana que marcaría también al líder en lo ideológico. Desde su segundo divorcio, a Hugo Rafael se le liga sentimentalmente con periodistas, actrices y modelos. De igual manera, circulan extensamente rumores sobre aventuras con algunas de sus seguidoras, sin que exista completa certeza de ello.

  

Quijote, showman y musa

 

Un rasgo fundamental en la personalidad de Chávez es el de expresar sus gustos y pasiones en la escena pública. Para el líder bolivariano, las fronteras entre lo público y lo privado simplemente no existen. José López Portillo es considerado uno de los presidentes más detestados del siglo xx mexicano. Figura representativa de corrupción, nepotismo y políticas económicas nefastas, López Portillo pintaba óleos, escribía novelas históricas y practicaba esgrima. Sin embargo, dichas actividades las tenía reservadas para su vida privada. Un comentarista político opinó con sorna que México perdió a un buen escritor en detrimento de un presidente nefasto. Contrariamente a López Portillo, Chávez confiesa su adhesión sin reservas a la cultura popular. La sensibilidad artística del líder bolivariano es razón de Estado, instrumento político, aspecto inseparable de su personalidad, materia de admiración y de críticas. Pero ante todo se destaca en él la sinceridad en los gustos y en el actuar: el de Barinas no creció escuchando a Lou Reed ni maravillándose ante las películas de Jean-Luc Godard; tampoco existen registros de que en su juventud haya sido tímido y reservado. Siempre ha sido así. Ningún asesor le sugiere que para ganar adeptos se corte la cabellera rockera y comience a memorizar rancheras. Chávez está muy lejos de los políticos que por estrategia deben besar viejitas en plena campaña y confesar públicamente sus pasiones deportivas. Jamás ha sido necesario. Es ir en contra de su propia naturaleza. Esa forma de sentir le abre demasiadas puertas a lo largo de la vida: en el pueblo natal, durante sus estudios militares, cuando es destacado en los pequeños poblados como teniente, dentro y fuera de la cárcel, frente a las cámaras televisivas y en las cumbres internacionales.

Un aspecto de interés en la imagen que Chávez quiere proyectar de sí mismo tiene que ver con su vestimenta. Al salir de la prisión, Hugo Rafael deja el uniforme militar en el armario y opta por presentarse ante la prensa vestido de liqui-liqui, aquel traje tan característico de los llanos venezolanos y colombianos, universalmente conocido por haber sido elegido por García Márquez como prenda al recibir el Nobel de Literatura. Con este cambio, Chávez busca suavizar su imagen y subrayar al mismo tiempo su origen llanero. Luego de su triunfo en las urnas, el líder recurre nuevamente a los uniformes militares, muchos de ellos de gala; algo que por cierto no es visto con buenos ojos por la élite castrense debido a que Chávez es únicamente teniente coronel. Finalmente decide portar consuetudinariamente camisas rojas para mostrar sencillez y apropiarse de dicho color para su régimen, y de igual manera recurre a la ropa deportiva con los colores de la bandera venezolana. En algunas reuniones internacionales, el líder se decanta por el traje y la corbata. Esta indumentaria la utilizan sus oponentes para atacarlo con frecuencia, afirmando que dichas prendas han sido confeccionadas por los más reputados diseñadores europeos. Lo cierto es que la vestimenta representa para Chávez otro vehículo para proyectar mensajes y resaltar su figura en los medios.

 

Llanero hasta la médula, el líder bolivariano se confiesa fanático del joropo, ese primo del son jarocho y del bambuco que conjunta maracas, copla, arpa, zapateado, cuatro y bandola. Uno de los motes de Chávez en sus años de educación militar es simplemente Furia.  Recuerdan sus antiguos compañeros que con frecuencia el joven cadete comenzaba a cantar a la menor provocación: «Furia se llamó el caballo del señor Teodoro Heredia», estrofa inicial del célebre joropo de Juan de los Santos Contreras. En mítines políticos y durante repetidas ocasiones en sus apariciones televisivas, Chávez aprovecha la oportunidad para tomar el micrófono y mostrar ante el mundo la sorprendente cantidad de letras y coplas llaneras que conoce de memoria. Existen varios videos en la red que permiten dar cuenta de la pasión del líder por la música de su región. «Yo canto muy mal, pero canto desde el alma», declara alguna vez Chávez, para dejar en claro que una cosa es su amor por la canción y otra su talento con la voz. Además del joropo, Hugo Rafael es un apasionado de la música ranchera. Para muestra, interpeta con frecuencia temas clásicos de José Alfredo Jiménez y condecora a Vicente Fernández con la Orden de los Libertadores de Venezuela. Siente también una gran admiración por los temas del venezolano Alí Primera, en quien el compromiso político y la música se toman de la mano.

 

Además de la música, Chávez demuestra desde niño una fuerte inclinación hacia la pintura. Escarbando en su biografía se tiene conocimiento de que gana un concurso de artes plásticas en la juventud. Dan que hablar los cuadros pintados por él para ofrecerlos como regalo a Fidel Castro y Cristina Fernández de Kirchner. En la esfera literaria, el de Barinas es conocido desde sus años mozos por su talento para declamar largas poesías, principalmente aquellas con alusiones a los héroes de la patria y a las vivencias de la gente de los llanos. Muchos se sorprenden de su facilidad para citar a Whitman y Neruda, lo mismo que páginas enteras de Rómulo Gallegos y frases de las cartas de Bolívar. Otro momento sin igual brindado por las videotecas de Internet es aquel en que recita completo, ante un teatro abarrotado, el larguísimo poema dedicado a Maisanta, obra de Cristóbal Jiménez.

 

Y si de gustos populares se trata, el béisbol representa durante toda su vida una pasión desmedida. En su infancia en Barinas, Hugo Rafael sueña como miles de niños venezolanos con llegar a ser jugador profesional en los Estados Unidos. Tiene como ídolo a Isaías Látigo Chávez, célebre pitcher venezolano de los años sesenta. En el cuartel, sobresale en el diamante, ganándose el apodo de Zurdo Tribilín. A su llegada al poder, organiza encuentros con sus colaboradores, juega en La Habana contra un equipo comandado por Fidel Castro, hace espacio en la agenda en una visita a Estados Unidos para asistir a un partido de Grandes Ligas, invita a Sammy Sosa a hacer una exhibición en Caracas y declara su amor por los colores de los Navegantes del Magallanes de la Liga Venezolana.

Además de sus incursiones en diversas expresiones artísticas, Hugo Chávez sirve de inspiración a cineastas, pintores, músicos y escritores. Durante sus años en el poder y luego de su deceso, artistas e intelectuales dentro y fuera de Venezuela aluden a él ya sea para honrar su personalidad, mostrar simpatía por sus políticas o criticarlo con virulencia. Algunos muros de las calles de Caracas están pintados con grafitis en su honor, algo parecido a lo que el cantante Héctor Lavoe provocó en las paredes del puerto peruano del Callao. También hay stencils con su rostro en diversos barrios latinoamericanos. Desde España, el grupo Ska-p rinde homenaje al ícono popular de Venezuela con la canción El libertador. Durante la última campaña presidencial de Chávez, el himno oficial lleva por título «Chávez corazón del pueblo». Varios joropos cuentan en sus letras las obras del fallecido líder. En la televisión estatal se produce de igual manera una serie de cortos animados en los que se presenta al llanero en el paraíso terrenal junto al Che y Bolívar. La Trinchera Creativa, un grupo de diseñadores y animadores simpatizantes de Chávez, inunda las redes sociales con imágenes cargadas de ingenio. Diversos documentales tratan de explicar los orígenes y el desarrollo del chavismo, entre los cuales destacan por su popularidad The Revolution will not be televised,de Kim Bartleyen el que se aborda la intentona golpista contra Chávez en 2002–,ySouth of the border, de Oliver Stone –sobre la nueva izquierda latinoamericana–. Conocidas son también sus relaciones con ciertas figuras del cine estadounidense como el citado Stone, Sean Penn, Michael Moore y Kevin Spacey. Desde el mundo de la literatura, el líder bolivariano sirve de inspiración a poetas y algún que otro novelista. Incluso se llega a publicar un texto bajo el título Cuentos del arañero en el que se recopilan las historias narradas por el propio Chávez en sus apariciones televisivas.

 

Por su parte, los opositores al chavismo dentro y fuera de Venezuela no se quedan atrás en cuanto a expresiones culturales se refiere. Henry Contreras, el Coplero de Oro de Mérida, descarga con furia sus críticas a Chávez a través de un joropo, el género predilecto del líder venezolano: «Por pueblos y por ciudades se está escuchando un clamor / es Venezuela que clama a Dios con mucho fervor / que le regale a sus hijos un presidente mejor». Juan Medici expresa su descontento con el uso político del petróleo: «Alerta, alerta que camina / petróleo venezolano por América Latina / alerta, alerta que camina / nuestro crudo regalado desde Cuba hasta Argentina». El documental Los guardianes de Chávez ha levantado las más airadas protestas entre los seguidores de Chávez. El líder bolivariano aparece también en la serie animada La isla presidencial, donde se hace mofa de los líderes latinoamericanos. En el mundo de la literatura, las obras en que se le critica abiertamente son casi inexistentes. Las que sí circulan son algunas biografías del líder no exentas de polémica, destacando entre estas Hugo Chávez sin uniforme. Una historia personal, de Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka.Dentro de Venezuela, pocos son los caricaturistas que se atreven a criticar al chavismo. Entre las contadas excepciones destacan Rayma, Edo y Weil. Fuera del país, diversos «moneros» de la izquierda y la derecha por igual han ridiculizado a Chávez. Ejemplos representativos se pueden encontrar en las páginas de la revista española El Jueves y en los cartones del mexicano Paco Calderón. De todo y para todos. El ingenio y el personaje dan para eso y para más.

 

Doctor en medios masivos

 

El 4 de febrero de 1992 un grupo de oficiales del Ejército venezolano pretende dar un golpe de Estado. A la mañana siguiente, sin haber alcanzado sus objetivos, algunos de los líderes del putsch comienzan a rendirse. Entre ellos, un teniente coronel solicita dirigirse a los medios con el fin de convencer a sus compañeros aún alzados para que depongan las armas. Con la voz calmada a pesar de las circunstancias, las palabras de Hugo Chávez se escuchan en el mundo entero: «Primero que nada quiero dar los buenos días a todo el pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento de Paracaidistas de Aragua y en la Brigada Blindada de Valencia. Compañeros: lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos. Compañeros: oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias». «Buenos días», «por ahora» y «asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano», estos tres elementos del discurso lanzan al soldado al estrellato y hacen constar su gran manejo de la escena mediática. Da los buenos días en momentos en que su propia vida está en juego; deja entrever que la lucha continuará; asume la plena responsabilidad posicionándose por encima de los demás participantes en el golpe. Chávez, en este sentido, gana perdiendo. Pasa dos años en prisión y cuando obtiene su libertad, gracias a un indulto presidencial, se mete de lleno a organizar su candidatura a la presidencia. Además de canalizar el hartazgo de la mayoría de los venezolanos con la élite política tradicional, Chávez se desenvuelve ante las cámaras y los micrófonos como pez en el agua y recibe el apoyo de diversos medios de comunicación. A su llegada al poder, tiene claro que un pilar fundamental para asegurar sus éxitos políticos y debilitar a sus adversarios es el control de la esfera comunicacional. Utiliza todos los medios oficiales a su alcance y crea otros más. Después de todo, con uno de los gastos públicos más elevados del mundo –que roza por momentos un sorprendente 52% del producto interno bruto–, el líder bolivariano puede comprar lealtades, abrir rotativas, contratar fotógrafos y todo lo que le permita una billetera abultada.

 

Como parte de este plan mediático –bien documentado en los informes de Human Rights Watch–, el régimen se propone golpear sin piedad a todo medio que ose criticarlo mediante leyes que, bajo el argumento de proteger los intereses populares frente a amenazas burguesas o del exterior, buscan silenciar las discrepancias con la postura oficial. También se retiran las licencias de transmisión a medios que no simpaticen con Chávez, atentando directamente contra el pluralismo. Los ejemplos más contundentes son la no renovación de la licencia de rctv, el canal de televisión más longevo de Venezuela, y el acoso constante durante años a Globovisión, único canal que prosigue mostrando una postura crítica hacia el régimen. Además de golpear a diarios, cadenas de radio y televisoras que no simpaticen con sus ideas, el líder diseña una estrategia cuyo principal fin será asegurarle presencia permanente en los medios a cualquier hora.

 

El 23 de mayo de 1999 el líder bolivariano lanza por la frecuencia de Radio Nacional de Venezuela su emisión emblema: Aló, presidente, que el 27 de agosto de 2000 comienza a transmitirse también por televisión. ¿Cómo describir el contenido del programa en algunas líneas? Lo justo sería decir «Chávez en estado puro»: con una duración promedio de seis horas, Hugo Rafael recibe a invitados, comenta los principales temas de la agenda internacional, hace públicas noticias de interés nacional, canta, toca la guitarra, declama, regaña en directo a funcionarios de todos los niveles, recorre valles y playas, ríe, se pone serio y vuelve a reír. El guión a seguir es simplemente lo que ordene Chávez –enemigo jurado del teleprompter– e interviene en la selección del ángulo de las tomas, todo frente a seguidores que aplauden como focas cada frase del líder. En total, Hugo Rafael graba la friolera de 1656 horas de transmisión a lo largo de 378 emisiones, algo equivalente a 69 días hablando sin interrupción. El último Aló, presidente se transmite el 29 de enero de 2012. Y si de televisión se trata, ¿cómo contrarrestar la propaganda antichavista en América Latina y a su vez emular los más profundos sueños de Bolívar para la integración de la región? Chávez piensa encontrar la solución al subvencionar Telesur. Oficialmente financiada por Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Cuba, Nicaragua y Uruguay, pero bajo la gran sospecha que la mayoría de su presupuesto proviene de las ganancias petroleras venezolanas, la cadena se crea con el objetivo de representar una alternativa a los sistemas de noticias internacionales de televisión tales como cnn, tve y la bbc, en una especie de Al Jazeera latino.

 

Radio, televisión nacional e internacional, periódicos y revistas: Chávez se propone ser uno de los presidentes más mediáticos de la historia. Todo vehículo debe ser utilizado, así que el teniente coronel no duda en zambullirse en el ciberespacio. Sus colaboradores y seguidores comienzan a ser muy activos en Facebook y, en abril de 2010, el líder abre una cuenta en Twitter bajo el nombre de @chavezcandanga. En Venezuela el término candanga es sinónimo de ‘diablo’, pero también se utiliza para referirse a una persona de carácter fuerte y rebelde. En pocos días la cuenta de Chávez comienza a sumar miles de seguidores y en mayo de 2012 el gobierno premia al seguidor número tres millones con una casa. A pesar de los beneficios que le reportan las redes sociales al líder venezolano, estas también las utiliza con mucha efectividad la oposición dentro y fuera de Venezuela, ya sea para mofarse de Chávez o para facilitar la organización de actos de movilización en su contra. Paradójicamente, Internet pone en aprietos al líder bolivariano pero a manos de sus propias hijas: la más joven de ellas publica una fotografía exhibiendo un abanico de dólares, mientras que otra de sus herederas hace público su romance con un galán de telenovelas. Y si de culebrones se trata, es necesario mencionar que Chávez no solo desea ser figura central en los medios. También tiene poder de decisión en los contenidos mismos. Un ejemplo de ello es su petición a un equipo de producción para lanzar al aire la primera telenovela de corte socialista de Venezuela. Con un presupuesto de cuatro millones de dólares, Teresa en tres estaciones cuenta la historia de una estudiante de arte, una madre soltera y una conductora de tren, todo esto salpimentado con humor, romance y alusiones a la vida criolla. Otro ejemplo de la injerencia del líder venezolano en los contenidos de los medios de comunicación es el trato dado por órdenes suyas al fallido golpe militar de febrero de 1992 en noticias y reportajes. La intentona golpista es suavemente transformada en rebelión para después coronarla con los años como el «Día de la Dignidad». Lo mismo ocurre con la reinterpretación histórica del bisabuelo de Chávez, en esos esfuerzos del líder por agregar épica y colorido a su imagen personal. Durante décadas la figura de Pedro Pérez Delgado, abuelo de la madre de Chávez, ha provocado las más distintas opiniones de los historiadores venezolanos. Conocido como Maisanta o «El último hombre a caballo», Pérez Delgado fue un rebelde a quien lo mismo se le atribuían robos y asesinatos que acciones heroicas combatiendo a líderes autoritarios a finales del siglo xix y principios del xx. Hugo Rafael lo eleva a la categoría de mito haciendo uso de toda una iconografía en mítines políticos y en los medios de comunicación. Alguna vez declara que desde su infancia lleva un escapulario colgado al cuello que había pertenecido a Maisanta. Un talismán de un héroe para un hombre destinado a una cita con la historia.

 

La figura de Chávez: caldo de cultivo y explicaciones más o menos objetivas

 

A través de libros, coloquios, artículos científicos y análisis en los medios se ha abordado la llegada al poder del chavismo y su duración. En este sentido, no resulta complejo identificar la coyuntura política que permite que Chávez llegue a Miraflores. Sin embargo, conviene profundizar más sobre el papel de su personalidad para obtener tantos seguidores, dentro y fuera del país y, sobre todo, para comprenderla como un elemento esencial que le facilita pasar tantos años en la silla presidencial. También, es necesario adentrarse en las creencias sociales y culturales venezolanas como factores de explicación.

 

A Chávez siempre se le ha catalogado como un outsider, un actor alejado de las rutas tradicionales de la política venezolana. Durante varias décadas, los partidos copei y Acción Democrática se alternan en el poder. Sin embargo, los nuevos escenarios económicos, la corrupción como actividad consuetudinaria y la exclusión de grandes sectores sociales provocan en Venezuela un malestar de grandes proporciones. Ante dicha situación, el denominado «Caracazo» de 1989 se convierte en la expresión más radical de una sociedad cansada de un modelo alejado de la calle y más cercano a la bolsa de valores y a los lujos de Miami. Es por ello por lo que la intentona de golpe de Estado de 1992 no es vista con malos ojos por todos. Y en esos días de incertidumbre se distingue de los demás un hombre capaz de articular un discurso más cercano a las clases bajas, que pronuncia con serenidad la expresión «por ahora», dando a entender que el cambio puede llegar en poco tiempo.

 

La política es coyuntura, suma de atinos, momentos y oportunidades. Si a esto le agregamos la voluntad de hacerse con el poder desde hace décadas, resulta fácil comprender que Chávez sabe que ha llegado la hora de trepar a lo más alto. Para ello se rodea de experimentados asesores de la izquierda democrática venezolana, busca con esmero el apoyo de sectores del Ejército, encuentra la mano extendida de diversos medios de comunicación y de hombres de negocios para su proyecto y, sobre todo, toma el micrófono para desmarcarse de los políticos tradicionales. Proyecta una imagen de hombre moldeado por la libertad de los llanos y la disciplina del cuartel, ataca el hacer y el decir de la clase política de saco y corbata, promete acción y logra que los miembros de las clases populares lo vean como a uno más de ellos. A su llegada al poder, desde el momento mismo de la toma de posesión, repite hasta la saciedad que su proyecto no es más que la continuación de los preceptos de Bolívar, trabaja de sol a sol, hace públicas sus emociones. Comienza a llevar a cabo las transformaciones en el aparato político que más tarde le permitirán realizar los profundos cambios en lo económico. Todo esto sin dejar de lado lo simbólico, las formas como fondo, la personalidad y la imagen, el heroísmo y la cultura popular.

 

Un romántico pragmático, una mezcla de pasión y de cálculo, como alguna vez lo definió el político venezolano José Vicente Rangel. En este sentido, entre los abundantes estudios y definiciones sobre el populismo –etiqueta colocada desde siempre sobre la espalda de Chávez–, a diferencia de factores de explicación ligados a lo económico y a las alianzas de clases, las ideas del académico británico Alan Knight ayudan a comprender con nitidez el peso del discurso y de la personalidad de Hugo Rafael: el populismo ante todo como un estilo político; como una retórica, una relación del líder con sus adherentes. Chávez como presidente no comulga con los consensos («y mi palabra es la ley», José Alfredo Jiménez dixit)y confía sin reservas en su relación directa con los gobernados. Acción y originalidad luego de la confianza depositada en él por millones de personas en las urnas. Esa mezcla lo acerca inevitablemente al líder carismático descrito por Max Weber: goza de dones específicos, se rige por sus propios límites y acepta la misión que le fue encomendada. A todo esto habrá que añadirle una buena dosis de antiimperialismo para hacer bullir pasiones y sentimientos dentro y fuera de Venezuela.     

 

Además de la maestría en el manejo de los medios de comunicación y en la construcción de una imagen carismática, existen diversos factores que pueden ayudar a comprender su popularidad con mayor profundidad. Jon Lee Anderson, célebre reportero del The New Yorker y uno de los periodistas que mejor describieron la figura del finado presidente, señala que para explicar el éxito del fenómeno Chávez es necesario entender el apego de los venezolanos hacia las creencias religiosas –católicas y aquellas emanadas de los rituales afrocaribeños–. Anderson afirma que los venezolanos le atribuyen una importancia de envergadura a los milagros y a la espiritualidad. Dicha dimensión vive en permanente contacto de igual manera con diversos «santos laicos», es decir, con figuras históricas tales como Simón Bolívar y Francisco de Miranda. Por ende no es sorprendente que la personalidad y las formas chavistas hayan calado tan hondo en una parte importante de los venezolanos. Un segundo aspecto a mencionar es el tema del racismo. Como país latinoamericano, Venezuela ha compartido con las demás naciones una división social y económica ligada profundamente a la etnicidad. Chávez siempre ha hecho pública su condición de mezcla de muchas sangres: «negro, indio y español», como asegura con orgullo en una entrevista a Aleida Guevara, nieta del Che. Además, su cercanía a las clases populares no solo se expresa a través de su color de piel. En cualquier oportunidad comparte sus preferencias musicales, su pasión por el béisbol, sus simpatías por la comida de la gente sencilla –hallacas, arepas y caraotas–, su gusto por las telenovelas y su uso constante de un lenguaje coloquial. Con memoria fotográfica, recuerda detalles de la vida de sus colaboradores y presta fina atención a cualquiera que le dirija la palabra –algo que comparte con Bill Clinton: esa sensación que durante segundos o minutos eres lo más importante en la cabeza del líder–. Un aspecto de la personalidad de Chávez haría salivar a los psicoanalistas: su relación con la figura del padre. A Hugo Rafael no le basta sentirse dirigente político; pretende ser visto como un progenitor por todos los venezolanos. Un padre cariñoso pero estricto que sin reserva alguna se preocupa por los hijos y cuyas decisiones no pueden ponerse en entredicho. Su acercamiento tan visceral a Fidel Castro, uno de sus ídolos de juventud, ha sido entendido por muchos, antes que como una alianza puramente estratégica, como la búsqueda de un amor paternal. Si sumamos a todo esto que, con aciertos y desatinos, el de Barinas tiene como prioridad la implementación de distintos programas sociales e incluye en su agenda política la participación vecinal, no resulta complejo comprender su éxito. Católico, dicharachero, necio, enemigo del protocolo, bravucón, beisbolero, mujeriego y conservador en temas como el aborto y las uniones del mismo sexo –como muestra de que no toda la izquierda latinoamericana es tan progresista en lo social–, amante de la cultura popular, sin obsesiones por la riqueza personal –aunque de sus familiares y de algunos de sus colaboradores no se opine lo mismo–, amante de las diatribas y gran conversador, Chávez jamás deja indiferente a venezolano alguno. Un estilo. Un estilo muy propio. Un estilo en el que hay que guardar el equilibrio en cada paso para no caer por el despeñadero del ridículo, para distinguirse de los demás y provocar el aplauso y el apoyo en las urnas.

 

Al igual que en Venezuela, la imagen de Chávez causa adhesiones y rechazos en el resto del mundo. Culturalmente situado en las antípodas de Juan Manuel Santos y Sebastián Piñera –¿sabrán ellos quiénes son Diomedes Díaz y Condorito respectivamente?–, y distante de las locuras del ecuatoriano Abdalá Bucaram –en Hugo Rafael la pasión nada en los mares del cálculo–, Chávez vuelve a mostrar al mundo la particularidad del líder de masas latinoamericano, solo que a las manos alzadas de Perón y a los discursos maratónicos de Fidel Castro hay que agregar el ímpetu de un predicador en televisión, el sentimiento en la poesía declamada, el repudio al gringo y, last but not least, disponer de inmensas reservas de petróleo.

 

El 11 de septiembre de 2001, América Latina es borrada completamente de la agenda política estadounidense y de otras potencias internacionales. Los análisis, el juego de espías y el envío de recursos se concentran en otras zonas del mundo. Frente a esta falta de protagonismo latinoamericano, Chávez decide dar un paso adelante y aprovechar la oportunidad para situarse como siempre tras la sombra de Bolívar, cruzando con sus acciones las fronteras y empuñando un liderazgo regional. En esos mismos años, Hugo Rafael ataca cada vez más a los Estados Unidos –algo que no había hecho de forma tan directa durante su campaña–. A todo esto, el precio del petróleo sube como la espuma, permitiendo una importante capacidad de inversión en naciones aliadas.

 

Diversos estudiosos coinciden en su diágnostico sobre el antiamericanismo de Chávez Frías al señalar que a pesar de quererse crear un aura de revolucionario en acción, nunca ha tenido que hacer frente en la vida a acciones cargadas de heroísmo. No llega al poder por la lucha guerrillera, jamás tiene que sobrevivir a un atentado en su contra, no debe repeler una invasión armada de otro país. A Chávez le hace falta una gran dosis de épica. Es por ello por lo que tiene que buscarse a toda costa a un enemigo a la altura de su retórica. Eso sí, a pesar de tanta alusión a olores de azufre, el oro negro siempre llega en grandes cantidades a los puertos estadounidenses. José Sarney, presidente de Brasil de 1985 a 1990, describe alguna vez a Chávez con las siguientes palabras: «Le falta biografía y le sobra petróleo». En un mundo enturbiado por la lucha antiterrorista y por nuevos bloques económicos, Hugo Rafael se acerca a países mal vistos por los Estados Unidos, actúa como financiador de programas en otras naciones y busca posicionarse como la figura más importante de la izquierda, una izquierda por cierto dividida entre figuras más moderadas como Lula y Bachelet y líderes como Fidel Castro, Evo Morales, los Kirchner y Rafael Correa, estos últimos beneficiados directamente por el chavismo a través de créditos blandos e inversiones directas.

 

Sin embargo, el dinero del petróleo y la firma de convenios no son suficientes para explicar completamente el impacto de Chávez en el escenario internacional. La forma también es mensaje. Críticos y seguidores fuera de Venezuela coinciden en reconocer la originalidad del líder en el modo de conducirse y en su manejo de la escena mediática. Chávez siente urticaria cada vez que hay que ceñirse al protocolo. Su trote por la Gran Muralla –dejando boquiabiertas a las autoridades chinas–, el saludo a Vladimir Putin precedido de algunos movimientos de karate, sus discursos en las Naciones Unidas y el regalo de la obra más famosa de Eduardo Galeano a Obama pueden interpretarse como acciones jocosas, ridículas, bonachonas y demás adjetivos, pero nunca como hechos que se olviden con facilidad. Y si de memoria se trata, Chávez tiene la de un elefante para entablar conversaciones con cientos de anécdotas ante cualquier jefe de Estado o figura de talla internacional. «Narrador natural, producto íntegro de la cultura popular venezolana», así lo define García Márquez luego de su primer encuentro. Un líder con dinero a raudales, amigo de los «chicos malos» del mundo, con lengua bien afilada, sencillo en el trato, oportunista, con poder en la política interna de otros países (relaciones con la guerrilla colombiana, sospechas de dar asilo a etarras, financiamiento de campañas políticas en Argentina, vínculos con el peruano Montesinos, entre otros casos), cantante, conductor televisivo y con una política social mirada con interés desde otras latitudes. No proyecta la imagen del presidente latinoamericano pasado por las aulas de Yale; parece más bien una mezcla de líder panárabe con talento para el chiste y la diatriba por igual y con una identificación plena con la cultura popular latinoamericana. Algo difícil de olvidar en poco tiempo.

 

La enfermedad y las exequias serán televisadas

 

La maestría en el manejo de los medios y la personalidad tan peculiar de Chávez van a tener gran impacto cuando el cáncer toca a su puerta y el presidente pasa a mejor vida. Las ausencias en eventos públicos y las temporadas pasadas en Cuba alimentan desde un primer instante la rumorología por los corrillos políticos y en los medios de comunicación. En este sentido el periodista Alberto Barrera Tyszka atina en sus palabras al describir la forma de manejar desde el poder la enfermedad del presidente: «Chávez decidió entregar emoción en vez de información». A principios de junio de 2011 Nicolás Maduro, en ese entonces canciller de Venezuela, declara que el presidente ha sido sometido a una intervención quirúrgica en La Habana para tratar un absceso pélvico. Pasan los días y la falta de detalles informativos provoca toda clase de conjeturas. Finalmente Hugo Rafael anuncia públicamente su enfermedad a finales del mismo mes, en un mensaje en el que evoca a Nietzche, Fidel Castro, el manto de la Virgen y Bolívar. «Dame tu corona, Cristo, que yo sangro», grita con emoción ante las cámaras televisivas. Prosiguen los rumores durante meses sobre el verdadero estado de salud del jefe del Ejecutivo. Sin embargo, todo esto no le impide llevar a cabo una campaña política con poemas, rancheras y besos a los niños, y ganar por tercera vez las elecciones presidenciales en octubre de 2012. Las células cancerígenas avanzan y no queda más remedio que tomar decisiones trascendentales. Largas son seguramente las noches en vela del llanero concibiendo un plan para su sucesión y para construir el guión idóneo que difunda los últimos momentos de la enfermedad y el óbito. Por un lado, hay que hilar fino entre todos los sectores del chavismo antes de nombrar al heredero y, por el otro, desplegar toda la fuerza mediática y el carisma para sacar provecho político a tan dolorosa situación. Se trata, después de todo, de dar con la respuesta a la pregunta más importante para Venezuela en los últimos lustros: ¿es posible el chavismo sin Chávez? En un mensaje a la nación en diciembre de 2012 informa del empeoramiento de su condición física y designa públicamente a Nicolás Maduro como su sucesor en el timón del chavismo.

 

El 5 de marzo de 2013 Hugo Chávez fallece en Caracas, provocando la más profunda tristeza entre sus seguidores y un sentimiento de incertidumbre en todos los rincones del país. Las ceremonias luctuosas no se alejan de la personalidad del líder: aliados internacionales llorando ante el féretro, conjuntos musicales entonando sus canciones favoritas, miles de personas en las calles, discursos evocando al mito. Nicolás Maduro menciona incluso la posibilidad de embalsamar el cuerpo del teniente coronel, aunque los expertos se pronuncian manifestando que dicho proceso resulta ya imposible. Finalmente sus restos son trasladados al Museo de la Revolución luego de un recorrido por las calles de Caracas.

 

Para un hombre que desde la juventud calcula meticulosamente todo un plan para convertirse en mito revolucionario, el hecho de vivir una larga enfermedad con referencias directas a su sitio en los anales de la historia y a la aceptación de designios divinos puede interpretarse como una gran oportunidad para conseguir un ascenso directo al Olimpo latinoamericano. A Chávez, como a tantas figuras carismáticas, jamás se le recordará como a un expresidente que muere de viejo en alguna casita en la playa; su imagen permanecerá siempre asociada a la hiperactividad y al dinamismo. Días después del deceso, su fotografía ocupa un espacio privilegiado en altares, algunos de sus seguidores se atreven a responsabilizarlo de milagros realizados y en los mercados de Caracas se venden como pan caliente figuras de yeso del llanero de tamaño natural.

 

Epílogo: un muerto en campaña y un delfín sin chispa (pero que está aprendiendo)

 

Venezuela ve a un difunto hacer campaña política. Nicolás Maduro, elegido por Chávez como su delfín antes de pasar a mejor vida, no tiene reparo alguno en utilizar al finado presidente como su más afilada arma electoral en mítines y discursos. Después de todo, las elecciones presidenciales de abril de 2013 son una especie de referéndum entre la continuación del chavismo sin su hombre fuerte o la llegada de la oposición al poder en la figura de Henrique Capriles. Si a Chávez se le aplaudía con entusiasmo el tono campechano, la ocurrencia y el saleo, a Maduro se le complican los arranques de telepredicador y de hombre cercano al folclor venezolano. Parece que los zapatos de Hugo Rafael le quedan tan grandes en ese sentido como los de un payaso de fiesta infantil. Asegura que Chávez se comunica con él mediante el trinar de un pajarillo, se equivoca al confundir «peces» con «penes» en la célebre parábola bíblica, incorpora nuevas palabras y expresiones al castellano (verbigracia, «millonas» y «ninfomanía de dólares»), declara con orgullo que algunas noches duerme cerca del mausoleo del comandante llanero. ¿Por qué los asesores del candidato oficial no lo paran en seco luego de tan sonados desatinos? Simplemente porque un cambio radical en la imagen política de Maduro representaría un disparo fulminante en las propias entrañas del chavismo. Un régimen en el que uno de sus pilares fundamentales ha estado asociado a la cultura popular venezolana, a la identificación del hombre fuerte con los gustos de la mayoría y al culto a la personalidad sin fisuras, no puede resistir un golpe de timón tan radical en las formas. De ahí que la personalidad de Chávez ocupe un espacio tan importante en la campaña y que su sucesor, pese a la falta de carisma, no tenga otro remedio que jugar con las mismas cartas que tantos beneficios le han redituado al chavismo. Antonio Pasquali, experto en comunicación social, describe con detalle dicha estrategia: «El chavismo debe haber calculado el riesgo de una rápida pérdida de carisma tras una eventual muerte de su líder e intenta blindarse con un salto atrás a la irracionalidad, creando una atmósfera animista en la que, aun muerto, Chávez seguiría siendo el tótem protector presente en cada acto político».

 

Incluso el equipo de Henrique Capriles mide la importancia de que el candidato opositor haga uso de algunos elementos simbólicos ligados a Chávez para sumar votos; tal es el caso de la ropa deportiva con la bandera de Venezuela y la incorporación de los términos pueblo y trabajadores en sus discursos. Luego de su victoria en las urnas (puesta en entredicho por la oposición), Nicolás Maduro no tiene mayor preocupación que asegurar la continuación del modelo sobre todos sus aspectos, y más ahora que la Asamblea Nacional de Venezuela le ha dado luz verde para gobernar por decreto durante un año. Y no hay que olvidar que el estilo y las formas han sido decisivos para el chavismo desde sus principios. De esta manera, la noticia del rostro de Hugo Rafael aparecido en una roca luego de los trabajos de la ampliación del metro de Caracas, los pasos de baile de Maduro en eventos públicos y la inclusión de la palabra felicidad en la denominación de un ministerio prosiguen con esa estrategia de hacer uso del mito, de lo sobrenatural, de la parafernalia y de la creencia popular con fines meramente políticos en el país petrolero donde los finos paladares exigen whisky escocés, el papel sanitario se agota en los supermercados y los muertos siguen vivos y cantan joropo.

 

 

JaimePorras Ferreyra (Oaxaca, México, 1977) es doctor en Ciencia Política por la Universidad de Montreal. Trabaja en temas vinculados con la internacionalización de la educación. Es colaborador de programas de radio y autor de crónicas y reportajes. Ha publicado textos en México, Canadá, Inglaterra, España, Venezuela, Costa Rica, Perú y República Dominicana. Está radicado actualmente en Montreal.    

 
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